Nuestros obispos
notan un aumento en la necesidad de aconsejar a miembros con problemas que se relacionan más con cuestiones emocionales, que con la falta de alimento, ropa o vivienda.
Por lo tanto, mi mensaje es sobre
el
tema de resolver los problemas emocionales a la manera del
Señor.
Afortunadamente, los principios de bienestar temporal se aplican también a esos problemas.
La Iglesia tenía dos años de restaurada cuando el Señor reveló que "no
habrá lugar en la iglesia
para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus
costumbres" (D. y C. 75:29). Y el Manual
de los Servicios de
Bienestar dice:
“. . . los
directores... enseñarán e impulsarán a los
miembros para que se
sostengan hasta el máximo grado de su capacidad. Si
es físicamente apto... ningún santo tratará de deshacerse voluntariamente de la
carga de su propio
sustento; hasta donde
sus fuerzas lo permitan, con
la inspiración del Todopoderoso y con su propia labor,
aportará para sí las cosas indispensables
de la vida." (1952, pág. 2.)
Hemos tenido bastante éxito
en enseñar a los santos
que deben cuidar de sus propias necesidades materiales, y luego contribuir al
bienestar de aquellos que no pueden
proveer para sí.
Si un miembro no puede
sostenerse, entonces debe pedir
ayuda a su familia, y después a la Iglesia, en ese orden; pero nunca al gobierno. Hemos aconsejado a obispos y presidentes de estaca que sean cuidadosos y eviten los abusos en el programa de bienestar. Cuando las personas tienen la habilidad, pero
no el deseo de
cuidar de sí mismas,
debemos emplear
el dictado del Señor de que el ocioso no comerá el
pan del trabajador. (Véase
D. Y
C. 42:42.) La sencilla regla ha sido que
debemos cuidar de nosotros mismos.
En 1936, cuando fue anunciado el programa de bienestar de la Iglesia,
la Primera Presidencia declaró lo siguiente:
“Nuestro propósito principal fue establecer, hasta donde fuera posible, un sistema bajo
el cual la maldición del ocio fuera
suprimida, se abolieran las
limosnas, y se establecieran
nuevamente entre nuestro
pueblo la industria, el ahorro y el autorrespeto. El propósito
de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. " (Manual de los Servicios de Bienestar, pág. l.)
Ocasionalmente alguien se ve atraído
a la Iglesia por
nuestro programa de bienestar; en él,
las personas ven seguridad material.
Nuestra respuesta a éstas es: "Sí, uníos a la Iglesia por
esa razón. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. Os llamarán continuamente
para ayudar a los demás".
Es curioso ver cómo a menudo, en estos casos,
se les enfría el entusiasmo por bautizarse.
Este es un sistema de autoayuda, no de rápidas dádivas. Requiere
un cuidadoso inventario de todos los recursos personales y familiares, a los que
se debe recurrir antes
de pedir nada del exterior. El obispo que requiere a un miembro que
trabaje hasta donde le sea posible por
lo que recibe del Bienestar de la Iglesia,
no es malo ni insensible. Por otra parte, no debe existir la
más mínima vergüenza en ningún
miembro que reciba ayuda
de
la Iglesia; es decir,
siempre que haya contribuido de su parte
con todo lo
posible,
El presidente Romney
ha dicho:
"Cuidar de las personas en cualquier
otra forma, es hacerles más
daño que bien. El
propósito del Plan de Bienestar no es impedir que los miembros cuiden de sí mismos."
(Conference Report, oct. 1974, pág. 166.)
El principio
de la autosuficiencia o
independencia personal es fundamental para la
felicidad. En demasiados lugares y en demasiadas maneras
nos alejamos de él. La
esencia de lo que quiero decir es: El mismo principio
de autosuficiencia se aplica al aspecto espiritual y al
emocional.
Se nos enseña que debemos guardar
comida para un año, ropa,
y si es posible,
combustible, en nuestra casa. Nunca se ha intentado establecer almacenes en las capillas. Sabemos
que en medio de un desastre, los miembros quizás
no puedan llegar hasta las capillas en procura de ayuda. Debemos comprender que el mismo principio se aplica
a la inspiración y la revelación, a la solución de problemas, y al consejo y la guía que buscamos.
Necesitamos una fuente de recursos en cada hogar,
y no sólo en la oficina del obispo.
Si no
las establecemos, estaremos en el mismo
peligro espiritual que si
supusiéramos que la Iglesia va a proveer
para todas nuestras necesidades materiales y no nos preparáramos.
A menos que seamos cuidadosos, estaremos a punto de hacer
emocionalmente (o sea, espiritualmente), lo mismo que hemos trazado con
empeño de evitar en el sentido material.
Parece que estamos
creando una epidemia de "consejitis" que consume
la fortaleza espiritual de la Iglesia, lo
mismo que el resfriado común consume la fuerza de la humanidad más que cualquier otra plaga. Algunos pueden pensar que esto no tiene
importancia ¡Pero es
muy serio!
Por una parte,
aconsejamos a los obispos que eviten
los
abusos en el Plan de
Bienestar; por otra, algunos de
ellos "reparten"
los consejos sin considerar
que el miembro debería resolver el problema
por sí mismo. Y hay muchos
casos "crónicos", personas
que interminablemente buscan
consejo, pero nunca
lo siguen. En algunas oportunidades, durante una entrevista, he hecho
la siguiente pregunta:
"Usted ha
venido a mí en busca
de consejo. Luego de que estudiemos cuidadosamente su
problema, ¿tiene intenciones de seguir el consejo que
yo le dé?"
Esto sorprende mucho a las personas que, por lo general, jamás habían pensado
en ello. Usualmente, se comprometen
entonces a seguir el consejo.
En esa forma es más fácil mostrarles cómo pueden buscar
la ayuda en sí mismas y, más aún, cómo pueden ayudar
a otros que también se encuentran en problemas. Este es el mejor método de cura.
Hablando en sentido figurado, hay muchos obispos que tienen un buen
aprovisionamiento de "formularios" para dar ayuda emocional. Cuando
alguien le presenta un
problema, desafortunadamente el obispo
"reparte" consejos sin vacilar, sin
detenerse a pensar en el daño
que hace a su gente.
Estamos muy preocupados por la cantidad de consejo que parece necesitarse en la Iglesia; nuestros miembros dependen demasiado de ello.
No podemos
establecer una cadena de servicio de consultores, sin que al mismo
tiempo se dé énfasis al principio de la autosuficiencia emocional y
la independencia individual. Si
perdemos nuestra independencia espiritual y emocional, nuestra
autosuficiencia, podemos debilitarnos tanto o más quizás, que cuando dependemos de la ayuda material.
Si no tenemos cuidado, podernos
perder el poder de la
revelación personal. Lo que
el
Señor le dijo a Oliverio Cowdery tiene
significado para todos
nosotros:
"He aquí no has
entendido: has supuesto que yo te lo
concedería cuando no
pensaste sino en preguntarme.
Pero, he aquí,
te digo que tienes que estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, causaré que arda tu pecho
dentro de ti; por lo tanto, sentirás
que
está bien.
Mas si no estuviera bien,
no sentirás tal cosa, sino que vendrá sobre ti un estupor de pensamiento que te hará olvidar la
cosa errónea..." (D. y C. 9:7-9.)
La independencia espiritual y la autosuficiencia son poderes básicos en la Iglesia.
Si
se los quitamos a los miembros,
¿cómo pueden obtener revelación
para sí? ¿Cómo
podrán saber que hay un Profeta de Dios?
¿Cómo podrán obtener respuesta a sus
oraciones? ¿Cómo pueden saber con seguridad
las cosas?
Un obispo que
sugiere a los que van a él en
procura de consejo, que agoten
todo recurso personal y familiar antes de pedirle ayuda, no es insensible.
Obispos, sed cuidadosos con los "formularios emocionales";
no los "repartáis" al
descuido, sin analizar cuidadosamente
los recursos individuales. Enseñad
a vuestros miembros a resolver sus problemas en
forma apropiada.
Es común que alguien ande
"de aquí para allá" en busca de consejo de amigos
y vecinos, de todos lados, y luego haga aquello que piensa es
lo mejor. Esto es
un error.
Otros quieren ir a sicólogos,
a consultores profesionales, o
directamente a hablar
con alguna Autoridad General,
desde el principio. Quizás el problema necesite
ser resuelto de esa manera; pero sólo después de agotar todo recurso personal, familiar y local.
He dicho que cuando un miembro ha hecho uso de todos los recursos propios, no debe
sentirse avergonzado de recibir ayuda de los Servicios de
Bienestar. Este principio también se aplica a' la asistencia emocional.
En ocasiones, los problemas emocionales muy profundos necesitan algo más
de lo que la familia, el obispo
o el presidente de estaca pueden
dar.
A fin de ayudar
en estos problemas difíciles, la Iglesia ha establecido
servicios de consulta en zonas
donde existen muchos miembros (y
sólo para los que lo pidan por los conductos
apropiados). En la primera categoría están los servicios
que generalmente
requieren un permiso del gobierno. Estos servicios son:
Adopciones.
Cuidado de madres solteras.
Cuidado de niños sin hogar. Programa de colocación de indios.
En julio de 1977 la Primera Presidencia envió una carta con instrucciones
y advertencias con respecto a estos
servicios.
Mi propósito hoy es describir los principios que se aplican
a los servicios clínicos.
Estos servicios se ofrecen solamente por los
conductos apropiados, en tres pasos sucesivos:
Primero, la
consulta, en la que un líder del Sacerdocio consulta con
un representante de los
Servicios Sociales sobre un problema
serio, y sólo el líder
del Sacerdocio habla con
el miembro.
El próximo paso es la evaluación, en la que el líder del Sacerdocio y
el miembro se reúnen con el representante de los Servicios
Sociales para evaluar
el
problema; generalmente, sólo hay una reunión.
Después, el líder
continúa ayudando al miembro. Para los casos difíciles está el tratamiento. El miembro (y si es posible, el obispo) se reúne
con
un representante
de los Servicios Sociales para una consulta, y el obispo continúa prestando ayuda después
de terminar esas sesiones.
Los obispos y presidentes de estaca pueden
ejemplificar la autosuficiencia, resolviendo los
problemas ellos mismos. En realidad, es el interesado quien debería
resolverlos. Obispos, no
debéis renunciar a vuestra responsabilidad
hacia los demás; no debéis dejarla
en manos de los profesionales, ni siquiera de los empleados de los Servicios
Sociales. Y ellos deberían ser
los primeros en decíroslo.
Vosotros tenéis un poder para calmar, santificar y curar, que otros no poseen. A
veces, todo lo que un miembro necesita, es el
perdón... y vosotros podéis
otorgarlo.
Si tenéis un caso en el que
se justifique la ayuda profesional,
tened mucho cuidado de donde la buscáis. Entre los consejeros profesionales, hay algunas técnicas
espiritualmente destructivas; cuando confiáis un miembro a otras personas, no permitáis que los
sometan a ellas. Resolved
los problemas en la manera en que
el Señor lo haría. Algunos consejeros quieren
sondear más de lo que es emocional
o espiritualmente saludable. A veces sonsacan,
analizan, separan y disecan
demasiado.
Aunque una porción de análisis resulte
beneficiosa, demasiado puede ser corrosivo.
Generalmente, es mucho más fácil desarmar algo que
volver a armarlo como
estaba. Si
sondeamos muy profundamente, o hablamos sin cesar sobre
un problema, podemos torpemente causar el mismo problema que
estamos tratando de evitar.
Hay padres que
dicen a sus hijos
algo
así:
"Hijitos,
mientras nosotros no estemos hagan lo que quieran; pero no vayan
a llevar una silla, ponerla
junto l armario, alcanzar
al segundo estante, sacar
la caja roja y
luego la bolsa que
tiene arroz, y terminar
metiéndose un grano de arroz
en la nariz, ¿eh?"
Indudablemente,
en esto hay una lección.
Los obispos quizás pregunten, y con razón: "¿Cómo puedo cumplir
con mi labor de obispo,
y además aconsejar a los que
realmente lo necesitan?"
Un presidente de estaca
me dijo: "Nuestros obispos no tienen
tiempo para aconsejar a los miembros. Con la carga que
les echamos encima, los estamos matando". Aunque hay verdad en esta afirmación, yo creo que a veces éstos son más bien casos de suicidio. Nuestro estudio del papel de un obispo nos indica que la mayoría de ellos gastan su tiempo inútilmente como administradores de los programas.
La influencia de un obispo en su barrio es más positiva cuando
trabaja como oficial presidente, que si se envuelve demasiado activamente en todos los detalles administrativos. Nuestro estudio también indica que es en la administración de los programas, con todas sus reuniones y actividades,
que el obispo pierde
demasiado tiempo.
Obispos, dejad esas tareas a vuestros
consejeros, a los líderes
del Sacerdocio y de las organizaciones auxiliares. Los problemas relacionados con lo temporal, por
ejemplo, pueden ser resueltos
por los maestros orientadores
y los líderes de quórumes.
Confiad en ellos; dadles
libertad de acción; y quedaréis
libres para hacer
lo más importante, y
aconsejar a aquellos que realmente lo
necesitan, en la manera en que
el Señor lo desea.
Recientemente,
os hemos enviado
dos cartas. Una indica una reducción de dos tercios en la
cantidad de entrevistas personales
del Sacerdocio,
a todos los niveles. La otra, es sobre el cambio de reuniones administrativas importantes semanales y mensuales, a mensuales y trimestrales.
Tenemos esperanza de que
recibáis también otras ayudas.
Entretanto, obispos, estáis
a cargo de los miembros.
Haced que la parte administrativa y práctica de vuestra labor
funcione en forma
tan eficaz, que os deje tiempo
para aconsejar a vuestra gente.
Tened en
cuenta constantemente que los padres son responsables de presidir sobre su familia.
A veces, con toda buena
intención, exigirnos tanto de los hijos y del padre,
que a él le es imposible
cumplir.
Si mi
hijo necesita consejo, obispos,
ésa es primeramente responsabilidad mía, y luego
vuestra. Si mi hijo necesita diversión, yo debo ser el primero en proveérsela,
y luego vosotros. Si mi hijo necesita
corrección, es mi
responsabilidad proporcionársela en primer
lugar, y en segundo vuestra. Si estoy fracasando como padre, ayudadme a
mí primero, y luego a mis hijos.
No os apresuréis a relevarme de mi labor de criar a mis
hijos; no os apresuréis a
aconsejarlos y resolver todos sus
problemas; hacedme participar en ellos.
Ese es mi ministerio.
Vivimos en una
época en la que el adversario
se esfuerza porque
apliquemos la filosofía de lo instantáneo. Parece que lo
queremos todo instantáneamente, incluyendo
soluciones instantáneas a nuestros problemas.
Se nos inculca la idea de que
tenemos que sentir una conformidad emocional instantánea; cuando eso no sucede,
algunos sienten ansiedad, y con demasiada frecuencia buscan alivio en
consultas, análisis y hasta medicinas.
Desde el principio
se supo que la vida nos presentaría un desafío constante; es normal sufrir
algo de ansiedad, depresión, desilusión, e incluso, algunos
fracasos. Enseñad a nuestros
miembros que si tienen un día desgraciado de vez en cuando,
o varios consecutivos, los enfrenten firmemente. Las cosas se arreglarán.
Existe un propósito para nuestra lucha
en la vida. En las siguientes palabras, tituladas "La
lección", se encierra
un gran significado:
Sí, mi impaciente
Pequeñito, Yo podría ir Hasta ti
Muy fácilmente. Pero yo ya
he
Aprendido a caminar; Por eso te hago Venir
a mí.
¡Suéltate! ¡Ahí está! ¿Ves?
¡Oh, recuerda
Esta simple lección,
Pequeño!
Y cuando
En años por venir, Clames
Con puños apretados
Y lágrimas:
"¡Oh, ayúdame, Dios mío!", Escucha,
Y oirás una voz Silenciosa:
"Lo haré, hijo,
Lo haré. Mas recuerda Que eres tú
Y no yo, hijo,
Quien debe alcanzar
La divinidad".
(Beginings, por Carol Lynn Pearson,
Doubleday & Co., 1975, pág. 18.)
Obispos, los que acuden
a vosotros son hijos de Dios; aconsejadlos en la manera
en que el Señor lo haría;
enseñadles a meditar sobre
los problemas, y luego orar al
respecto.
Recordad el efecto
balsámico de leer
las Escrituras. La próxima vez que
estéis donde se leen, notad como todo se calma, fijaos en el
sentimiento de paz y seguridad que se recibe.
Ahora, para terminar,
un pensamiento del
Libro de Mormón. El profeta Alma enfrentó un problema mayor que cualquiera que vosotros podáis encontrar en el ministerio. El también vacilaba y fue a hablar con Mosíah, quien
le devolvió el problema
sabiamente diciendo:
"...He aquí, yo no los juzgaré; en tus manos los dejo para ser juzgados.
Y Alma nuevamente
se turbó en su espíritu; y fue y
preguntó al Señor qué debía hacer
en cuanto al asunto,
porque temía hacer mal ante Dios.
Y aconteció que después de
haber derramado su alma entera a Dios, la voz
del
Señor vino a él..."
(Mosíah 26:12-24.)
Esa misma voz os hablará a vosotros, obispos. Tenéis
ese privilegio. Os soy testimonio
de ello, porque sé que el
Señor vive.
Que Dios os bendiga,
obispos, inspirados jueces en
Israel, y a los que acudan a vosotros,
mientras les aconsejáis en
la manera en que el Señor lo desea.
Lo ruego en el nombre
de Jesucristo. Amén.
(Conferencia general de abril de 1978)
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