CORRIENTES OCEÁNICAS E INFLUENCIAS FAMILIARES - por el presidente Spencer W. Kimball

Vividamente recuerdo la primera vez que vi un iceberg. En 1937, mi esposa y yo cruzamos el Atlántico en barco, partiendo de Montreal; Canadá; después de atravesar el río San Lorenzo, salimos a la parte norte de dicho océano.

Un día, estando ya bastante avanzado el viaje, hubo gran animación en el barco porque se había divisado un iceberg. La mayoría de los pasajeros se precipitaron a cubierta para contemplarlo. Se podía ver a la distancia, una gigantesca masa blanca recortándose contra el oscuro mar y el azul vivo del cielo. Flotaba silenciosamente en el agua como el puntiagudo pico de una cadena montañosa, y presentaba un hermoso espectáculo. Durante toda mi vida había oído hablar de los icebergs - y, por primera vez, tenía ante mis ojos aquella escarpada cresta de hielo.

El verlo nos hizo recordar el trágico naufragio del Titanic, transatlántico que en su primer viaje chocó con un enorme iceberg en la noche del 14 de abril de 1912. En el naufragio perecieron 1503 personas, muchas de ellas conocidas mundlalmente; sólo 703 pasajeros se salvaron.

Al principio de la década de los se tenta, al regresar a los Estados Unidos desde Inglaterra, pasamos sobre Groenlandia y pudimos divisar otros Icebergs. Aunque gran parte del viaje lo habíamos hecho sobre una capa de nubes, al volar sobre Groenlandia el cielo estaba completamente limpio y el sol brillaba. Raras veces puede el ojo humano contemplar tanta belleza y esplendor. Perdiéndose en la distancia se podía ver la espesa capa de hielo que cubre la gran isla. Observamos los glaciares que van deslizándose lentamente por los valles hacia el mar, donde se desprenden y se convierten en icebergs. Los fiordos estaban llenos de estas montañas heladas que flotaban en su camino hacia el mar abierto. Allí estaba el lugar de origen de Innumerables Icebergs, como el que habíamos visto hacía más de treinta años.


Los gigantes de hielo que se desprenden de Groenlandia siguen un curso fácil de predecir, pues la corriente del Labrador, al moverse Incesantemente hacia el sur a través de la Bahía de Baffin y el Estrecho de Davis, los arrastra consigo, sobrepujando la fuerza de los vientos, el oleaje y las mareas. Las corrientes oceánicas tienen mucho más poder que los fuertes vientos para cambiar el curso de un iceberg.


Al observar esto, comparamos ese conflicto de los poderes terrenales con los resultados que podemos ver en nosotros mismos cuando la corriente de nuestra vida, que se define y desarrolla en el seno familiar por medio de las enseñanzas justas de los padres, a menudo controla adonde vamos, a pesar del oleaje y los vientos de varias influencias adversas que provienen del mundo de error.

Fuera de nuestra vista, bajo las olas oceánicas, hay fuerzas extremadamente poderosas que debemos considerar; y también las hay en nuestra vida.

El río más caudaloso es sólo un arroyuelo en comparación con esas corrientes oceánicas. Dicen que una de las más espectaculares es la del Labrador. La corriente del Golfo, una de las más fuertes de las corrientes oceánicas, lleva agua cálida desde el este del Golfo de xico a lo largo de toda la costa este de los Estados Unidos y a través del Océano Atlántico hasta las costas europeas, que también entibia. Aunque la del Labrador es de menor magnitud, año tras año arrastra fiel y constante- mente a los icebergs desde su lugar de origen en Groenlandia, hasta que se desintegran o derriten en las aguas más cálidas de la corriente del Golfo. Fue en ese lugar, en el que ambas corrientes oceánicas se encuentran, donde el Titanic halló su trágico destino.

Es verdad que nosotros, al igual que los gigantes de hielo, tenemos nuestro curso determinado, hasta cierto punto, por fuerzas que sólo en parte percibimos. Sin embargo, también es verdad que nos parecemos más a un barco que a un iceberg, pues tenemos nuestro propio poder motriz; y, si estamos al tanto de las corrientes, podemos utilizarlas en nuestro beneficio.

Por lo tanto, si podemos crear en nuestra familia una corriente fuerte y constante, que fluya hacia la meta de una vida de justicia y rectitud, tanto nosotros como nuestros hijos podremos alcanzar esa meta, a pesar de los vientos contrarios de la aflicción, las desilusiones, las tentaciones y las tendencias del momento.

Los jóvenes y los adultos están sometidos a tantos torbellinos que a veces nos preguntamos si lograrán sobrevivir. Los remolinos de las tendencias populares arrastran a los inseguros que necesitan sentir que se les acepta y que forman parte de la mayoría. Los vientos de la tentación sexual llevan a algunos a destrozar su matrimonio, arruinar posibilidades brillantes o degradarse. Los malos amigos, las drogas, la arrogancia de la profanidad, la inmundicia de la pornografía, todo esto y aún más son influencias que nos retrasarán, si no hay una corriente fuerte y permanente que nos empuje hacia la vida recta. La guía paternal y familiar debe determinar y a la vez fortalecer la corriente que influya en nuestra vida.

En cada uno de nosotros existe el potencial de llegar a ser un Dios: puro, santo, verídico, influyente, poderoso e independiente de toda influencia terrenal. En las Escrituras aprendemos que todos tenemos una existencia eterna y que en el principio estuvimos con Dios. (Véase Abraham 3:22.) Ese conocimiento nos transmite una comprensión particular de la dignidad del hombre.

A veces he visto a jóvenes de buenas familias rebelarse, resistirse, extraviarse, pecar e incluso, finalmente, luchar contra Dios. Al hacerlo, acarrean dolor a sus padres, que han hecho lo posible por poner en efecto una corriente de rectitud en su vida por enseñarles y ser para ellos un buen ejemplo. Pero también he visto repetidas veces a esos mismos jóvenes, después de años de andar errantes, madurar, comprender lo que han perdido, arrepentirse y hacer una contribución considerable a la vida espiritual de su comunidad. La razón por la que creo que esto sucede es que, a pesar de todos los vientos adversos a los cuales han estado sometidos, han tenido una influencia mucho mayor, más fuerte de lo que ellos mismos creen, en la corriente que se establec en el hogar donde crecieron. Cuando, años después, sienten nostalgia por tener en el seno de su propia familia el mismo ambiente del que disfrutaron cuando niños, es muy probable que se vuelvan a la fe que dio un propósito a la vida de sus padres.

Por supuesto, no hay ninguna garantía de que los padres rectos tengan siempre éxito en retener a sus hijos, y ciertamente pueden perderlos si no hacen todo el esfuerzo que esté en su poder. Los hijos tienen su libre albedrío. Por otra parte, si nosotros, los padres, no influimos en nuestra familia y ponemos a nuestros hijos en el camino recto y angosto, las olas y vientos de la tentación y el mal arrastrarán a nuestra posteridad desviándola y alejándola del sendero

"Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él." (Proverbios 22:6.)

De lo que estamos seguros es que los padres justos que se esfuerzan por establecer influencias correctas en la vida de sus hijos serán declarados inocentes en el último día, y lograrán salvar a la mayoría, si no a todos.

En el libro de Mosíah se describe la lucha por nuestras almas:

"Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al Influjo del Espíritu Santo, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo . . . y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, tal como un niño se sujeta a su padre." (Mosíah 3:19.)

El "hombre natural" es el hombre terrenal que ha permitido que las pasiones animales sean más fuertes que sus inclinaciones espirituales.

Un matrimonio seguro, en el que ambos cónyuges cumplen el compromiso de adaptarse el uno al otro a fin de poder vivir juntos para siempre, es el primer paso para tener éxito como padres; y con esa base sólida, damos a nuestros hijos un sentimiento de paz.

Los expertos que analizan los problemas de la época actual señalan que, como el mundo está cambiando constantemente, el perder el sentido de la continuidad causa una conmoción en las personas. El movimiento a que se ven sometidos ciertos sectores de nuestra sociedad moderna a veces nos obliga a llevar a nuestros hijos de aquí para allá, haciéndoles perder contacto con abuelos, tíos, primos y amigos de mucho tiempo.

Por lo tanto, es Importante que también desarrollemos y cultivemos en nuestra familia la seguridad de que nos pertenecemos eternamente, que, no obstante los cambios que puedan surgir exteriormente en nuestro hogar, hay aspectos fundamentales de la relación familiar que jamás cambiarán. Debemos instar a nuestros hijos a que conozcan a sus parientes que no están cerca, hablarles de ellos, hacer un esfuerzo por mantener con ellos correspondencia y visitarlos.

¿Cuánto tiempo hace que abrazasteis a vuestros hijos, chicos o grandes, y les dijisteis que los queréis y que estáis contentos de que ellos puedan ser vuestros para siempre? ¿Cuánto tiempo desde que vosotros, los casados, comprasteis un regallto cualquiera de sorpresa para vuestro cónyuge, sin ningún motivo especial, sólo para complacerlo? ¿Cuánto tiempo desde que le llevasteis una rosa o preparasteis un pastel decorado con un corazón, sólo para ¡luminar su vida con vuestro cariño?

Si vals a contribuir a una buena causa, como la de pasar un bado ayudando al quórum de élderes a pintar la casa de una viuda, comunicadles el proyecto a vuestros hijos y, si es posible, dadles participación al hacer los planes y al ponerlos en práctica. Cuando se trata del bautismo, la confirmación o la ordenación de un pariente, toda la familia podría asistir; si se trata de un partido en el que va a jugar uno de los hijos, toda la familia podría estar allí para animarlo. Todos deben estar juntos para la noche de hogar, para las comidas, para las oraciones familiares. Tal vez hasta podrían pagar juntos el diezmo, y aprender así, por precepto y por ejemplo, ese hermoso principio.

En el hogar, la confianza en el Señor debe ser una experiencia común y cotidiana, no algo reservado sólo para ocasiones especiales. Una de las formas de establecerla es la oración diaria y ferviente. No alcanza con limitarse a orar, sino que es esencial que realmente hablemos con el Señor, teniendo fe en que El nos revelará, por ser padres, lo que necesitamos saber para el bienestar de nuestra familia. He oído contar de algunos padres que, al orar, lo hacían en una forma tan directa y personal, que algunos de sus hijos a veces abrían los ojos para ver al Señor porque pensaban que realmente se encontraba allí.

Cuando un hijo se va del hogar para estudiar o cumplir una misión, la esposa está desanimada a causa de las presiones que sufre, u otro hijo se va a casar o necesita guía para tomar una decisión importante, el hombre, en el ejercicio de su responsabilidad patriarcal, puede bendecir a su familia.

Sin embargo, no debemos olvidar que, particularmente en ausencia del padre, la madre puede orar con sus hijos y reclamar para ellos las bendiciones del Señor. No lo hace por virtud del sacerdocio, sino por el derecho que le da la responsabilidad que recibde Dios de gobernar su casa con rectitud.

Hay otro aspecto muy importante en el que nos diferenciamos también de los Icebergs. Nosotros tenemos el poder motriz y, por lo tanto, podemos, como las naves, movernos cuando queremos. Si estamos al tanto de las corrientes, podremos aprovecharlas. Se dice que muchos enormes petroleros y cargueros que atraviesan el Atlántico desde América del Sur navegan en la corriente del Golfo en la misma forma que los aviones aprovechan las corrientes reas.

Por otra parte, si deseamos luchar contra la corriente, podemos hacerlo; no obstante, aquélla tendrá su efecto irremediablemente. Se cuenta que cuando el explorador ártico, Robert Peary, se dirigía al Polo Norte, se encontró sobre un inmenso témpano de hielo, grande como una Isla, y que, a pesar de que iba en dirección norte en su trineo, el témpano lo llevaba hacia el sur mucho más rápido debido a la fuerza de la corriente marítima en la cual se encontraba.

Mis hermanos, el hogar es nuestro refugio; el hogar y la familia son nuestra base. Una vida familiar, vida de hogar, padres e hijos que se aman y que dependen mutuamente los unos de los otros, ésa es la forma de vida que el Señor planeó para nosotros.

Os bendecimos, y os traemos las bendiciones del Señor. Mis hermanos, yo que ésta es la obra del Señor. Sé que El vive, ese Dios que estuvo con Adán, ese Dios que a orillas del Río Jordán dijo:

"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia." (Mateo 3:17.)

En esta forma presentó Dios a su Hijo a un mundo que dependería por completo de El. Yo que el* Dios a quien adoramos es el mismo que descendió al Monte de la Transfiguración y les dijo a aquellos siervos, Pedro, Santiago y Juan, quienes, aunque imperfectos, estarían encargados de llevar adelante la obra del Señor:

"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd." (Mateo 17:5.)

Es el mismo Dios —y sabemos que El existe— que bajó en el estado de Nueva York y dijo lo mismo que había dicho a los nefitas (véase 3 Nefi 11:7), declarando a un mundo que había estado hundido en las tinieblas por largo tiempo: "Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!" (José Smith—Historia 17).

Sé que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Lo sé. que el evangelio que enseñamos es el Evangelio de Jesucristo y que la Iglesia a la que pertenecemos es la Iglesia de Jesucristo y enseña Su doctrina, Sus normas, Su plan. Sé que si todos vivimos de acuerdo con ese plan que El nos ha dado y continuará dándonos, recibiremos todas las bendiciones que se nos han prometido.

(Conferencia General de octubre de 1974)

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