Presidente Clark, presidente Moyle, presidente José Fielding Smith y otros miembros de las Autoridades Generales de la Iglesia y sus esposas, superintendente y presidencias generales de la A.M.M. Y miembros de la juventud de la Iglesia:
Os saludo en esta
importante ocasión
y os congratulo por la oportunidad de
haber escuchado los mensajes
de aquellos que
han participado en este programa.
Mi responsabilidad cabe bajo el título, “Vivamos según nuestra
religión”. No conozco
ninguna otra actividad con la cual
podamos demostrar esto más impresionantemente, que el tema que se me
ha designado para tratar
en esta ocasión
“Cortejo y Matrimonio”.
Mientras escuchaba los mensajes de los jóvenes esta noche, vinieron
a mi mente estas líneas:
Al que en
ti tiene confianza
procura ser
leal;
A tus padres nunca
hieras,
portándote mal;
Por pequeño
que sea el hecho,
si no haces el bien, Te
traicionas a ti mismo
y a
tus amigos también.
Son pocos, si quizás los hay, los temas de más interés
y mayor importancia que el
noviazgo
y el matrimonio.
Un decreto eterno
Cuando en la obra
de la creación fue conveniente
que el hombre asumiera la existencia terrenal, se le concediera este
decreto eterno: “PUEDES
ESCOGER POR TI MISMO”.
De modo que
al hombre, de entre todas
las demás cosas, le fue
dado el don divino del
LIBRE ALBEDRÍO, y con él, la RESPONSABILIDAD consiguiente.
Como
principio imprescindible, quisiera
decir a cada uno de ;as decenas
de miles que se
hallan reunidos esta noche:
Tú eres aquel que va a resolver
si lo quieres cumplir o dejar
sin
hacer;
A ti corresponde decir
si serás
el que vaya adelante
o se quede atrás,
Si a la meta
lejana querrás aspirar o en tu estado mediocre para siempre
quedar.
En Doctrina
y Convenios el Señor claramente indica
el significado de la
importancia del matrimonio: “Y además, de cierto os digo, que ... el
matrimonio es instituido de Dios para el hombre.”
De manera que no
se trata de una ceremonia
que deba contraerse livianamente y terminarse a capricho,
ni tampoco es una unión que
se ha de disolver al
surgir la primera dificultad.
Para los miembros de la
Iglesia restaurada, el matrimonio es una organización
divina;
y cuando es orientada por padres inteligentes, constituye el medio más cierto y seguro de mejorar al género humano.
Cuando Jesús
se refirió al matrimonio,
lo
asoció con este
importante mandamiento:
“Lo que Dios
juntó, no lo aparte el hombre”.
Un deseo universal
Con
pocas excepciones, el matrimonio es un deseo universal.
Todo joven, tarde o temprano, mira adelante hacia la consumación de este suceso.
El conocido psicólogo, profesor
Henry C. Link, corrobora lo anterior
en estas palabras:
“En
los últimos tres años, con relación a ciertos
estudios realizados entre
los alumnos de los
colegios de todo el país, he hecho a las mujeres
jóvenes las siguientes preguntas:
“¿Cuál
es la carrera que usted considera de mayor importancia en la
vida? ¿Opina usted que el
matrimonio y el ayudar al esposo en su carrera, es de
mayor, menor o
igual importancia que una carrera
propia?
“Entre el 90%
y el 95% de las mujeres que estudian en los colegios me contestaron que la carrera de esposa y madre era su objeto principal, y que el ayudar al esposo
en su carrera era más importante que la
propia.
“La
creencia, cada vez más extensa
entre estas mujeres jóvenes,
de que la formación de un hogar, la crianza de una familia
y el impulso que
puedan dar a la carrera
de su
esposo, son en sí mismas una carrera
de importancia mayor, indica un retorno sano a las cosas
fundamentales.”
Creo
que esta condición prevalece generalmente
entre nuestros jóvenes de
la Iglesia, a pesar de los cambios económicos predominantes
que amenazan la estabilidad del hogar, causando que las esposas trabajen y las madres dejen
a sus niños en manos de otros.
Nunca perdamos de vista el
hecho fundamental de
que el hogar es la base de
la civilización, y que los
miembros de la Iglesia
tienen la obligación de formar
hogares ideales y
criar familias ejemplares.
Teniendo presente esta obligación, desearía
enumerar cinco condiciones
que contribuyen a
un
matrimonio feliz:
1. Una reputación sin tacha
El matrimonio feliz comienza
antes de llegar al altar.
Empieza en la adolescencia, cuando se
aceptan las primeras invitaciones a concurrir a fiestas sociales. Comienza con la manera en que uno da las buenas noches
al joven que la acompañó de vuelta
a casa.
Saber conservar una reputación sin tacha
durante el cortejo contribuye al fundamento sólido
sobre el cual se
puede edificar un hogar feliz.
Sirven de ilustración los ejemplos de estas dos mujeres jóvenes:
Tentaciones y problemas
“Por estar en
mi adolescencia me confundo
mucho, porque hay tantas tentaciones y problemas
que parecen surgir todos al mismo tiempo. Uno de estos problemas que me ha perturbado muchísimo tiene que ver con las invitaciones
que
me hacen los jóvenes de salir a
pasear con ellos. He oído tantas ideas y explicaciones
distintas sobre este asunto,
que estoy muy confusa.
“He salido a pasear con jóvenes por aproximadamente un año
y medio, y he
aprendido muchas cosas. He opinado que me gustaría guardar
mi cariño
hasta encontrar al hombre
con quien me he
de casar.
Sin embargo, varias de mis amigas opinan
todo lo contrario y les
parece que soy extremosa. Me han hecho entristecer por motivo de las muchas
cosas que me han dicho y he comenzado a preguntarme si algunas de
mis ideas serán incorrectas.
“Casi todas estamos de acuerdo en que es malo estarse besando y abrazando por largo
rato. Me opongo a ello completamente, pero me dicen que
después que un joven
me ha invitado a salir varias veces
y me he divertido
con él, debo mostrarle mi agradecimiento permitiéndole que me bese al
despedirse. Nunca me ha
parecido que así debe
ser. Varios jóvenes que me han invitado
a salir se han
ofendido mucho, y creyendo que
no me simpatizaban, no han vuelto
a invitarme más. Cuando por fin encuentre al hombre con quien me he de casar, querré darle todo mi amor y mi cariño
y creo que el beso
significará más si no ha sido compartido con todos los demás jóvenes.”
Otro ejemplo
El segundo ejemplo es el de una joven, que según
su manera de pensar, no es necesario
serle fiel al futuro esposo. Cree que puede granjearse el favor de sus amigos si cede
a sus pretensiones.
Es bonita y se viste
bien. Raras son las veces que no recibe
alguna invitación entre
semana. Nunca tiene un fin de semana
desocupado. Pero sus amigos van y vienen con
la regularidad de la marea, y en su mayoría
son tan impersonales como las aguas que vienen
y van. Los jóvenes invitan a
“Elenita” a que salga con ellos por la sencilla razón
de que tiene fama de ser
fácil de conseguir.
El hombre que quiere
hacer destacar su reputación de “tenorio”sólo
tiene que ser visto con ella
algunas veces. Sin embargo, en cuanto hallan una compañera
congenial que la reemplace,
son
pocos los que vuelven a invitarla. La nueva joven no será tan atractiva, ni se
vestirá tan bien, ni será todo lo
que Elenita irónicamente admite ser, pero su
pretendiente tiene la satisfacción de sentir que ella
es de él únicamente, y que
no tiene la inclinación de dejarse
acariciar por Manuel mañana, como
sucedió con José el día anterior.
Una reputación sin tacha parecerá mucha
fatuidad, pero es algo
que
debe atesorarse. LA
decisión está en manos
de cada cual. Por lo general, el joven nunca
se aprovecha de
la señorita que él realmente estima.
2. Un compañero congenial
El segundo
elemento importante es la
elección de un compañero congenial.
Es vital en extremo
este problema de elegir
un compañero correcto y congenial. Durante el cortejo los jóvenes deben asociarse unos
con otros y conocer el carácter
de sus compañeros. La
señorita que tiene afición a la música, que aprende a tocar
un instrumento o que canta, tiene
mayor probabilidad de encontrar
un buen compañero que la que se queda sentada en casa y se niega a participar en actividades sociales.
El
hombre aficionado a los deportes tiene mayor probabilidad
de encontrar una compañera
congenial, que otro que no hace más que
sentarse para mirar la televisión o escuchar la
radio. En otras
palabras las asociaciones conducen
a los matrimonios felices,
porque los jóvenes se
conocen unos a otros y tienen oportunidades más amplias para elegir.
Y
aquí cabe haceros una advertencia, jóvenes, contra
la práctica de “andar
de novios” desde muy jóvenes. Es cierto que la señorita
se siente más segura,
en lo que concierne a las invitaciones a recepciones públicas y fiestas sociales, y bien puede ser la
determinación de una unión feliz; pero en este “noviazgo”, en que los
contrayentes son demasiado
jóvenes, hay muchas desventajas que la juventud
impetuosa y llena
de esperanzas debe evitar.
Limitaciones de los noviazgos muy prematuros
En primer
lugar, los jóvenes son susceptibles
en extremo: Se “enamoran”
fácilmente y por carecer de criterio maduro, quizá no distinguen entre la fascinación
o pasión, y la admiración verdadera o amor genuino.
En segundo
lugar, este “noviazgo” restringir, si no acaba
por excluir, las oportunidades
que tienen los jóvenes de ambos sexos de conocerse
los unos a los otros. Por ejemplo, cuando
uno baila con un mismo compañero todo la noche,
se proscribe el espíritu social del
salón de baile.
Pero
lo peor de este “noviazgo”
en la adolescencia, es que
da al joven una sensación de familiaridad o posesión, y ella, por su
parte, siente que “pertenece”; pero este estado de embeleso sólo puede consumarse
debidamente por medio
del
matrimonio. Sin embargo,
en manos de la juventud intrépida y desenfrenada, llega a ser como fruta
que se corta antes de
estar madura, una cosa de mal sabor que
no contribuye nada al gozo
conyugal. Quizás algún día llegaréis a descubrir que la elección de vuestro “novio” fue prematura. Tened presente
en toda ocasión que después
de salir de su niñez, la juventud
tiene otras obligaciones, aparte
de escoger un compañero y “divertirse”. En primer lugar, debe determinar la clase de
carácter que desea desarrollar. Debe resolver cuál va a ser su profesión o carrera, y cuando
llegue el momento de tomar
una esposa, cómo va a mantenerla
a ella y a los hijos.
Este
“noviazgo” puede fascinar a la pareja
de jóvenes a tal grado,
que
darán sumamente poca consideración a éstas y
otras obligaciones similares.
3. El
carácter sagrado de una
promesa
El
tercer ideal que deseo nombrar como elemento
contribuyente del matrimonio feliz empieza ante el altar
del Templo cuando hacéis convenio de ser fieles el uno
al otro. El hombre que da su palabra, si es honorable, contrae un
compromiso más fuerte que cuando
firma un contrato, porque su palabra es su honor;
y también lo es en cuanto
al convenio de matrimonio, particularmente cuando
la pareja se arrodilla en la Casa del
Señor e indica con
ello que son dignos el uno del otro.
La señorita
sabe que aquel a quien ella se entrega es tan
digno de ser padre como lo es ella de ser madre, y está justificada en su manera
de pensar. Ni en el uno
ni en el otro hay ningún recuerdo amargo
de “aventuras” pasadas. ¡Qué sensación tan gloriosa saber que pertenecen
Se comparte el amor
El matrimonio presenta la oportunidad de compartir el amor y cuidado de los
niños, que son el objeto principal de la unión.
“Sin niños, o sin creer que
los niños son importantes, el
casamiento resulta incompleto e incumplido.”
Es cierto
que los niños exigen
tiempo, causan molestias y demandan paciencia de la que a veces tenemos.
Estorban la libertad,
las diversiones y el lujo. Sin embargo, los hijos son el verdadero objeto del matrimonio.
Si no adjudicamos a la paternidad y maternidad su valor, no estamos preparados no emocional ni socialmente para
casarnos.
Jóvenes, el matrimonio es una relación que no puede
sobrevivir el egoísmo, la impaciencia, despotismo, desigualdad y falta de respeto. El matrimonio vive de la
aceptación, la igualdad, de compartir unos con otros, dar, ayudar, cumplir uno con su parte,
aprendiendo y riendo juntos.
La violación del convenio conyugal muestra
que el ofensor es indigno
de la confianza depositada en
él y “ser confiable es de mayor estima que
ser amado”.
Nunca paséis por alto el hecho de
que el convenio que hacéis es uno de
los elementos que contribuyen a vuestra felicidad en el matrimonio.
De manera
que hasta este punto tenemos como elementos
fundamentales del matrimonio:
(1) Una reputación sin tacha;
(2) Un compañero congenial; (3) Honor en el convenio
matrimonial.
4. Dominio sobre sí
El cuarto elemento que
contribuye al matrimonio feliz es
el
dominio sobre
sí en el hogar. Durante el cortejo, hay que estar con los ojos bien abiertos; pero después del matrimonio, conviene tenerlos
a medio cerrar.
Puede servir de
ilustración a lo que quiero decir, esto que dijo una recién casada a su esposo: “Yo sé que la comida que
preparo no es muy buena.
La aborrezco tanto como tú, pero
¿cuántas veces me has visto
sentada, refunfuñando por causa
de
ello?” Es este “refunfuñar”
después del matrimonio lo que provoca la infelicidad. El cónyuge prudente aprende
a dominar su lengua.
Nunca pronunciéis la
palabra áspera; salid, más bien, a dar una vuelta. Una vez supe de
una pareja que nunca había
tenido una riña, pues habían
decidido que cuando el
uno o el otro se enojara, él
o ella saldría a dar la vuelta. Resultó que el marido pasaba la mayor
parte del tiempo saliendo a dar
la vuelta. Se relaciona con este
tema del dominio sobre sí, el uso del tabaco y la inhabilidad para dominar la sed de bebidas
alcohólicas, lo cual ha traído la infelicidad a hogares que
en otros respectos son felices, y que de no
haber sido por estas cosas
habrían sido útiles. Ni
en el cortejo ni en el
matrimonio puede haber lugar
para el tabaco o las bebidas
alcohólicas.
5. Cortesía
El quinto elemento contribuyente
que
deseo enumerar es la cortesía. Cuando
dos jóvenes andan de novios, tanto
el
uno como el otro se complacen en en adivinar los
deseos de cada cual, y dentro de los límites
correctos, se deleitan
en cumplir esos deseos. Pero son muchas
las parejas que consideran el convenio conyugal como el
fin del cortejo.
Más bien,
debiera ser el
principio de un cortejo eterno;
y esto significa la misma consideración hacia
la esposa en el hogar, que se le obsequió como novia durante
el cortejo; la misma consideración hacia el esposo, aunque se esconda detrás del periódico en la mañana
o en la tarde sin decir una
sola palabra. La vida se vuelve rutinaria,
pero se puede salir
de esa rutina si recordamos que “si me haces el
favor”, “gracias” y “perdóname“ son frases tan correctas y estimadas
después del matrimonio como antes.
En
el hogar que es bendecido con hijos, ellos mismos?al ver que su padre es cortés con su madre, y ésta con aquél?participan de ese atributo, así como respiran
el aire de ese hogar. Por
tanto, llegan a ser niños refinados y cultos, porque la esencia de la
cultura verdadera es la
consideración hacia otros.
Cuando surjan
dificultades, cuando
amontonen las deudas y deban hacerse los pagos, cuando haya que mimar a los niños y quizá alimentarlos a todas horas
de la noche, no olvidéis que la cortesía después del matrimonio es un elemento
que contribuye a la armonía
y la paz en el hogar.
Nada le queda tan bien a un gran hombre como la cortesía y la tolerancia. Sed puntuales
con vuestra esposa y vuestros hijos.
Si los deberes os detienen, no vaciléis en disculparos
y explicar el motivo. La puntualidad y la consideración después del matrimonio son elementos importantes de un hogar congenial.
Conclusión
Deseo concluir, pintando
a grandes rasgos, el significado de un acto
de matrimonio ideal.
El
novio, arrodillado ante el altar, en el Templo, lleva en su corazón la posesión más rica que
un esposo puede atesorar:
la certeza de que ella, la que llena de confianza pone su
mano en la de él, es tan pura como el rayo
del
sol, tan inmaculada como la nieve
virgen. Hay en él la seguridad de que
en su
pureza y dulzura ella representa la
maternidad divina. Pues bien,
jóvenes, decidme ahora si
esa seguridad, esa fe y confianza completas, no valen
todo lo que hay en el mundo.
Igualmente
sublime es la seguridad que tiene la señorita de que
el hombre que ella ama, a quien
se entrega en matrimonio,
viene a ella con la misma pureza
y fuerza de carácter que ella
tiene para él. Una unión como ésta ciertamente constituye un matrimonio ordenado por Dios
para la gloria de su creación.
Ésta es vuestra herencia, oh
juventud, al pensar en un
compañerismo eterno; y ruego que podáis realizarla y encontrar el verdadero gozo y felicidad de este ideal tan estimado, en
el nombre de Jesucristo. Amén.
(Sermón a la juventud, transmitida desde el Tabernáculo,
el día 3 de enero de 1960)
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