EL BÁLSAMO DE GALAAD - por el presidente Boyd K. Packer

Mi mensaje es una exhortación para todos aquellos que se encuentran afligidos, inquietos, angustiados; un planteamiento para aquellos que no tienen paz interior. Si abruman vuestra vida la desilusión, el pesar o la amargura; si os debatís constantemente en las preocupaciones, la frustración, o en la ignominia y la angustia, vaya a vosotros mi mensaje.

En la Biblia encontramos que en los tiempos antiguos se transportaba desde Galaad, del otro lado del Jordán, una sustancia que servía para curar y aliviar, que probablemente provenía de algún árbol o arbusto, y que era uno de los artículos más apreciados en el comercio del mundo antiguo. Se le conocía como el Bálsamo de Galaad, y este nombre se convirtió en el símbolo del poder de aliviar y sanar.

La letra de una canción dice lo siguiente:

                                          Hay un bálsamo en Galaad,

                                                 Para sanar heridas,

                                         Hay un bálsamo en Galaad,

                                               Para aliviar el alma.

                                (Recreational Songs, 1949, pág. 130.)


Hace poco pregunté a un médico cuánto tiempo dedica a tratar solamente enfermedades o irregularidades físicas. Como tiene muchos pacientes tuvo que pensarlo detenidamente, luego me contestó:


"Sólo el veinte por ciento, pues el resto del tiempo debo dedicarlo a tratar problemas que afectan en gran medida el bienestar físico de mis pacientes, pero que no se originan en el organismo. Esas irregularidades físicas son simplemente síntomas de otro tipo de problemas."

En las últimas generaciones, se ha ido paulatinamente encontrando cura para muchas de las enfermedades más graves. Claro está que todavía hay varias que siguen siendo incurables, pero en la actualidad, por lo menos pueden aliviarse en algo.

 

Hay otra parte de nosotros, no tan tangible, pero tan real como el cuerpo físico mismo. A esta parte intangible nuestra, se la describe como mente, emoción, intelecto, temperamento, y muchas otras cosas, pero muy rara vez como ser espiritual.

 

Sin embargo, hay espíritu en el hombre, y no reconocerlo, es no reconocer la realidad. También se producen irregularidades espirituales, así como enfermedades espirituales, que pueden causar intenso sufrimiento.

El cuerpo y el espíritu del hombre están ligados. A menudo, muy a menudo, cuando ocurren irregularidades, es muy difícil determinar cuál es cuál.

Existen reglamentos básicos para la buena salud física que tienen que ver con el descanso, la alimentación, el ejercicio Y la abstinencia de las cosas que son nocivas para el cuerpo. Aquellos que violan tales reglamentos, naturalmente tienen que sufrir las consecuencias.

También existen reglamentos de la salud espiritual, reglas sencillas que no pueden desconocerse, pues si no nos apegamos a ellas, cosecharemos pesar como consecuencia.

Todos experimentamos alguna enfermedad física temporaria. Del mismo modo que, de cuando en cuando, podemos enfermarnos espiritualmente. Sin embargo, demasiados de nosotros, estamos enfermos espiritualmente en forma crónica.

No es preciso que permanezcamos en ese estado. Podemos aprender a evitar las infecciones espirituales y mantener la buena salud del espíritu. Aun cuando padezcamos de graves enfermedades físicas, podemos estar espiritualmente sanos.

A los que sufrís aflicciones, pesares, humillaciones, celos, desilusiones o envidias; a vosotros, tengo algo que deciros:

En algún lugar cerca de vuestra casa debe de haber algún terreno baldío. Aun cuando en los alrededores los vecinos cuiden bien de sus propiedades, de todos modos, un terreno abandonado siempre está invadido de hierbas.

Quizás se haya formado por allí un sendero de tanto transitar, y por adidura, habrá también todo tipo de material de desecho. Al principio, alguien habrá tirado en el lugar el césped recién cortado, tal vez pensado que no haría daño a nadie; otro habrá ido a arrojar unos trozos de madera inservibles; después, se habrán añadido unos papeles, alguna bolsa de plástico, y por último, latas y botellas vacías. El resultado . . . un basurero.

En realidad, los vecinos no tenían la intención de que llegara a ese estado. Pero un poco de acá, otro poco de allá, lo convirtieron en eso.

Aquel terreno baldío es semejante, muy semejante, a la mente de muchos de nosotros; en muchos casos la dejamos vacía y abandonada, abierta al libre acceso de elementos externos. . . Y lo que allí se lanza, allí se queda. Por supuesto, que a conciencia jamás permitiríamos que nadie introdujera desperdicios en nuestra mente; pero como ha sucedido con aquel terreno baldío, después de los primeros desperdicios, ya no parece tan mal agregar otros. La mente puede llegar así a convertirse en un verdadero basurero, lleno de ideas sucias, desechables, que se habrán ido acumulando poco a poco.

Hace años puse unos carteles en mi mente, escritos con claras letras de molde, que decían simplemente: "No entrar" "Prohibido el paso". Y ha habido ocasiones en que me he visto en la necesidad de mostrarlos a otras personas.

No deseo que entre en mi mente cosa alguna cuyo propósito no sea útil, o que no valga la pena almacenase. Bastante trabajo tengo ya luchando con la mala hierba que brota sola, sin permitir que alguna otra persona me alborote la mente con cosas que no son edificantes.

He expulsado unas cuantas de ésas durante mi vida; en algunas ocasiones cuando me fue posible hacerlo amistosamente, he debido devolver tales ideas a la persona de quien provenían. He tenido que desalojar algunos pensamientos cien veces antes de lograr que permanecieran fuera; y nunca he tenido éxito sino hasta después de haberlos reemplazado por algo edificante.

No quiero que mi mente sea el depósito de ideas viles, ni de desilusiones, ni de amargura, ni envidia, humillación, rencor, preocupaciones, pesares, ni celos. Si os sentís abrumados con tales cosas, es hora de que hagáis una limpieza. ¡Desalojad toda esa basura! ¡Liberaos de todo eso! Poned los carteles que digan “No entrar", "Prohibido el paso", y ejerced el autodominio. No conservéis nada que no sirva para edificaros.

Lo primero que hace un médico frente a una herida, es limpiarla, eliminar todas las materias extrañas y atacar la infección . . . no obstante cuánto pueda doler. Una vez que hayáis hecho eso en el terreno espiritual, vuestra perspectiva será diferente. Tendréis mucho menos de qué preocuparos.

Es cil confundirse con respecto a la preocupación. De alguna parte proviene este mensaje de protesta de una persona que dijo: "No me digan a que no sirve preocuparse por las cosas, pues lo que a me preocupa nunca llega a ocurrir." Hace muchos años aprendí una lección de un hombre a quien profesaba yo gran admiración. Era uno de los hombres más santos que he conocido. Era juicioso y sereno, de una inmensa fortaleza espiritual que atraía a muchos. Sabía exactamente cómo auxiliar a aquellos que padecían aflicciones. En numerosas ocasiones estuve presente cuanto él bendecía a los enfermos y los afligidos.

Su vida había sido de servicio, tanto en la Iglesia como en la comunidad. Había presidido una de las misiones de la Iglesia y siempre esperaba ansioso la reunión anual de exmisioneros. Ya entrado en años, y no siéndole posible conducir un vehículo de noche, me ofrecí para llevarlo a las reuniones.

El pagó con creces aquella pequeña amabilidad de mi parte. En ocasión en que nos encontrábamos solos, y en que el espíritu era adecuado, me dio una lección que atesoraré toda la vida, de una experiencia que él había tenido. Aun cuando yo pensaba que lo conocía, me dijo cosas que nunca hubiera yo imaginado.

Se había criado en un pueblo pequeño, y por alguna razón, en su juventud había experimentado deseos de llegar a ser "alguien" en la vida, y a costa de grandes esfuerzos, completó sus estudios. Contrajo enlace con una joven encantadora, y la vida le sonreía. Tenía un buen empleo y un futuro brillante. Amaba profundamente a su esposa y ella esperaba su primer hijo.

La noche en que la criatura había de, nacer, se presentaron complicaciones. El único médico se hallaba afuera del pueblo atendiendo a un enfermo, y no pudieron encontrarlo. Después de muchas horas con dolores de parto, el estado de la madre se volvdesesperado. Por fin llegó el médico, que dándose cuenta de la urgencia con que debía actuar, en Pocos minutos puso todo en orden. La criatura nació y aparentemente, pasó la crisis… Unos días después, la joven madre moría debido al contagio de la misma infección del paciente que el médico había estado tratando antes de atenderla a ella.

El mundo de mi amigo se hizo añicos. Nada era ya como antes; todo andaba mal. Había perdido a su amada esposa, y no había manera de que pudiera cuidar de una criatura tan pequeña y trabajar al mismo tiempo. Con el lento pasar de las semanas, su pesar fue acrecentándose. "A ese dico no -debiera permitírsela ejercer", se decía. "El llevó la infección a mi esposa; y si hubiera tenido más cuidado, ahora ella estaría viva." No podía pensar casi en nada más y en su amargura, hasta se volv amenazador. Entonces, una noche, alguien golpeó su puerta. Era un pequeño que le dijo sencillamente: "Mi papá quiere que vaya usted a verle, pues desea hablarle". El padre del niño era el presidente de la estaca. . . Aquel hombre apesadumbrado fue entonces a ver a su director espiritual. Ese pastor espiritual había estado observando a sus ovejas y tenía algo que decirle.

El consejo que aquel sabio siervo 1e dio fue simplemente:

"Juan, ¡olvídalo! Nada podrías hacer para recobrar a tu esposa, y cualquier intento de tu parte, empeoraría las cosa Por favor, olvídalo".

 

Mi amigo me dijo que aquél había sido el padecimiento más grande de su vida. ¿Cómo podría olvidarlo? ¡Lo justo era lo justo! Se había cometido un error terrible y alguien debía pagarlo.

 

Sostuvo una penosa lucha consigo mismo para dominarse, y, claro está, no lo logró de inmediato. Finalmente llegó a la conclusión de que no importaba cuáles fueran los argumentos en contra, él debía ser obediente.

 

La obediencia es una poderosa medicina espiritual. Es prácticamente una panacea universal. Este hombre tomó la determinación de seguir el consejo de aquel sabio líder espiritual: trataría de olvidarlo.

El mismo me dijo:

"Era ya un hombre viejo cuando finalmente llegué a comprender; y fue recién entonces que pude llegar a ver a un pobre médico de pueblo, fatigado por el excesivo trabajo, mal remunerado, mal vestido, yendo de paciente a paciente, con escasos medicamentos adecuados, sin hospital y con poco instrumental, haciendo lo posible por salvar vidas, y lográndolo con éxito la mayoría de las veces.

Aquel día llegó en un momento crítico en que dos vidas pendían de un hilo, y actuó sin dilación. Ya era yo un hombre viejo," repitió, "cuando finalmente llegué a comprender."

Y agregó que muchas veces dio gracias al Señor, de rodillas, por aquel sabio der espiritual que le había aconsejado sencillamente: "Juan, olvídalo".

Y ése es el consejo que os doy a vosotros. Si tenéis heridas enconadas, si albergáis rencores, alguna amargura, desilusiones, o celos, ejerced el autodominio. Es posible que no podáis ejercer control sobre las cosas externas, de otras personas, pero sí podéis controlar lo que hay dentro de vosotros.

Por lo tanto, os digo: Juan, ¡olvídalo! Rosa ¡olvídalo!

Puede ser que necesitéis una transfusión espiritual para poder lograr esto... Pues, pedidla. La llamamos oración. La oración es una poderosa medicina espiritual las instrucciones en cuanto a la forma de usarla se encuentran en las Escrituras.

¡Uno de nuestros sagrados himnos contiene este mensaje!

 

¿Con fervor orar pensaste,

al amanecer?

¿Cuándo lleno de pesares,

Bálsamo oler quisiste,

                                                     al amanecer?

                                                 ¡Qué reposo alcanzado,

                                                 ¡Es humilde oración!

                                                  La que noche en el día,

                                                     hace transformar.

                                                   (Himnos de Sión, N' 132.)

 

Todos llevamos una carga pesada de cuando en cuando. Pero los más sabios de entre nosotros, no la llevan por mucho tiempo, pues tratan de liberarse de ella.

De algunas de esas cargas debéis liberaros sin llegar en realidad a resolver el problema. Algunas cosas no se ponen en orden como deberían, a causa de que no podéis ejercer control sobre ellas.

Muchas veces las cosas que nos agobian son insignificantes, aun estúpidas. Si todavía estáis enfadados, al cabo de tantos años, porque la tía no asistió a vuestra fiesta de bodas, ¿por qué no maduráis? Olvidadlo.

Si pensáis constantemente en algún error cometido en el pasado, desechadlo de una vez y mirad hacia adelante.

Si el obispo no os hizo un llamamiento adecuado o no os relevó en un momento apropiado, olvidadlo.

Si albergáis resentimientos en contra de alguien por algo que hizo... o que no hizo, olvidadlo.

A eso llamamos perdón, y éste es una poderosa medicina espiritual. Las instrucciones en cuanto a cómo hacer uso de él, se encuentran en las Escrituras.

Repito: Juan, olvídalo . . . Rosa, olvídalo. Purificad, limpiad y aliviad vuestra alma, vuestro corazón y vuestra mente.

Y entonces será como si una espesa niebla se hubiera disipado de vuestro alrededor; y aun cuando el problema siguiere en pie, brillará el sol. La viga de vuestro ojo caerá y llegaréis a experimentar esa paz que sobrepasa todo entendimiento.

Un grande y significativo mensaje del Evangelio de Jesucristo lo ejemplifica el título que a El se ha dado: Príncipe de Paz. Si lo seguimos, podremos lograr la paz individual y colectivamente.

Él dijo:

"La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo." (Juan 14:27.)

Si estáis acongojados, allí tenéis a la mano el bálsamo que os aliviará. Considerad lo siguiente:

"Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará con vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros." (Juan: 14:14-18.)

Os testifico de Aquél que es el Gran Consolador; y con la autoridad que he recibido de dar testimonio, testifico que el Señor vive. En el hombre de Jesucristo. Amén.

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