PRIVILEGIOS Y RESPONSABILIDADES DE LA MUJER DE LA IGLESIA - por el presidente Spencer W. Kimball

Mis queridas hermanas, mujeres de la Iglesia, tanto venes como mayores, es un enorme privilegio el tener la oportunidad de hablaros en esta ocasión tan especial, dondequiera que os encontréis en diversas partes del mundo. Sólo desearía que pudiéramos congregar a todas las mujeres de la Iglesia en una sola y gran reunión; no obstante, estoy agradecido por el hecho de que el Señor nos ha bendecido con la tecnología necesaria para convertir a la reunión de esta noche en una asamblea prácticamente mundial. En cierto modo, mucho se asemeja a las reuniones que antiguamente se llevaban a cabo en este histórico Tabernáculo, donde todos podían sentarse juntos y así reunidos, escuchar la palabra de los profetas. Nunca me canso de expresar el aprecio por la forma en que los conocimientos técnicos nos ayudan a edificar el reino y servir a los santos. En muchas formas y a pesar de las complejidades, producto del crecimiento de la Iglesia, nos permite mantenernos en mucho mejor contacto que lo que las largas distancias y pobres comunicaciones permitieron a nuestros antepasados pioneros.

Hasta donde llega nuestro conocimiento, ésta constituye una reunión única en su tipo, tanto en la Iglesia como en el mundo.

Sí, es indudable que nuestros tiempos modernos nos presentan ventajas muy evidentes, por las que tenemos que estar gozosos.

Quisiera expresar mi agradecimiento hacia las hermanas de las presidencias generales de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres venes y de la Primaria, quienes mucho hacen para servir a las hermanas de la Iglesia, junto con sus mesas directivas, y quienes han sido especialmente responsables por la realización de la reunión que esta noche llevamos a cabo.

El maravilloso coro de jovencitas que hoy presenta la sica, ha establecido un maravilloso tono espiritual para todas las hermanas que se han reunido para escuchar. Que el Señor los bendiga por su hermoso espíritu y música.

Soy uno de los pocos hombres privilegiados de estar con vosotras en esta reunión tan especial, y quisiera dejaros un mensaje de paz, esperanza y amor; un mensaje de confianza, consejo, fe y aliento. Confío en que lo que tengo que deciros os sea de ayuda y beneficio.

Quisiera comenzar repitiendo y poniendo especial énfasis sobre algunas verdades eternas. Mis queridas hermanas, decidid siempre obedecer los mandamientos de Dios. Tanto para los hombres como para las mujeres, los jóvenes y los ancianos, éste es el secreto de la felicidad tanto en esta vida como en la venidera. El guardar los mandamientos con verdadero deseo, autocontrol y disciplina personal, es lo que produce la verdadera libertad que nos exalta y


sostiene. Los mandamientos básicos son tan simples como verdaderos: los Diez Mandamientos tal como Moisés los recibiera del Señor; y la adición efectuada por el Salvador de amar al Señor con todo el corazón, la mente y la fuerza, y al prójimo como a nosotros mismos.


Ofreced vuestras oraciones, tanto personales como familiares; guardad sagrado el día de reposo, tanto en pensamiento como en los hechos; vivid estrictamente la Palabra de Sabiduría; cumplid con todas vuestras responsabilidades familiares; mantened vuestra vida limpia y libre de todo pensamiento y acto impuro. Cultivad las amistades y llevad a cabo actividades que no constituyan una amenaza para vosotras ni degraden vuestras altas y justas normas.


Estudiad las Escrituras; así podréis lograr fortaleza mediante la comprensión de los elementos eternos. Vosotras, mujeres venes, necesitáis esta cercana relación con el intelecto y la voluntad de nuestro Padre Celestial. Quisiéramos que nuestras hermanas fueran eruditas en las Escrituras, al igual que lo deseamos para los hombres.


Debéis conocer las verdades eternas de nuestro Padre Celestial para vuestro propio bienestar, y también para enseñar a vuestros hijos o a cualquier persona que entre en la esfera de vuestra influencia.


Sed castas, y haced todo lo que se encuentre en vuestro poder para ayudar a otras hermanas a que también lo sean. Dedicaos de tal forma a empresas y pasatiempos edificantes y enriquecedores del espíritu y la mente, que no dejéis lugar para los pensamientos y los hechos negativos o malignos, que pudieran tratar de ocupar los vacíos de vuestra vida.


Recordad siempre que el Señor ha santificado algunas cosas; cosas que no debemos olvidar, ni de las cuales debemos apartarnos. Se trata de principios divinos que os harán sumamente felices, si os adherís a ellos.


Las palabras de todos los profetas inspirados os enseñarán que la violación de la ley de castidad es un pecado a la vista de nuestro Padre Celestial; llevar a cabo cualquier actividad sexual ilícita, tal como la fornicación y el adulterio, constituye una grave transgresión; del mismo modo, constituye una grave transgresión el participar en actividades de lesbianismo, o de cualquier naturaleza lujuriosa.

Los impulsos sexuales que unen al hombre y a la mujer en el matrimonio y la procreación, son buenos y necesarios. Esos impulsos hacen posible que los venes dejen a los padres y se conviertan en uno. Pero en esto, más que en casi cualquier otro aspecto, debemos ejercer el autocontrol. A estos impulsos, que constituyen la fuente de la vida humana, se les debe permitir la expresión sólo dentro de la santidad del matrimonio.


Entre las selecciones más importantes de vuestra vida, se debe encontrar el matrimonio en el templo. Un matrimonio honorable, feliz y de éxito, es indudablemente la meta de toda persona. Cualquier joven que evite sus serias implicaciones, ya sea por su propia voluntad o por negligencia, se encontrará frustrando sus propias posibilidades en el programa eterno.


El matrimonio es tal vez la más vital de todas las decisiones, y sus efectos son los de mayor alcance, ya que está en íntima relación no sólo con la felicidad inmediata, sino también con el gozo eterno


AI seleccionar al compañero para esta vida y para la eternidad, es indudable que se puede efectuar la planificación y meditación más cuidadosa acompañada por oración y ayuno, para asegurarse de que, de todas las decisiones que se llevan a cabo, ésta sea la más acertada. En un verdadero matrimonio tiene que existir unidad mental, del mismo modo que sentimental. Las emociones no deben por solas determinar las decisiones, sino que debe ser la mente unida con el corazón y fortificados por el ayuno y la oración y una profunda meditación, lo que brinde la máxima oportunidad de la felicidad conyugal.

Algunos jóvenes piensan que la felicidad se encuentra en una vida fácil, de hechizo, de lujo donde encuentren emociones constantes; no obstante, el verdadero matrimonio se basa en una felicidad que es mucho más que eso, en la felicidad que proviene de la generosidad, del servicio, del sacrificio y de lo que se cosecha por el espíritu de compañerismo y devoción.

Vosotras, jovencitas, podéis estableceros metas que os motiven a lograr el desarrollo; esforzaos siempre por alcanzarlas. Tratad de lograr el conocimiento y la sabiduría mediante la humilde oración. Os encontráis en la época de la vida en que podéis estudiar y prepararos. Aprended todo lo que podáis, puesto que vuestro desarrollo será producto de las elevadas metas que os impongáis.

Las Autoridades Generales de la Iglesia son perfectamente conscientes del hecho de que muchas de nuestras hermanas son viudas, otras divorciadas; y otras, no han tenido el privilegio del matrimonio en el templo. Quisiéramos que todas estas hermanas comprendieran que cuando hablamos de vida familiar, no lo hacemos para que ellas se sientan tristes ni despreciadas. Los líderes de la Iglesia han dicho a menudo y en forma perfectamente clara, que entre las mujeres que se encuentran en dichas circunstancias, se incluyen algunos de los espíritus más nobles con que cuenta nuestro Padre Celestial. Quienes hagan el esfuerzo máximo con lo que la vida les ofrezca o brinde, serán recompensadas por todo lo que hayan hecho en el servicio de nuestro Padre Celestial y de su prójimo,

Aquellas de vosotras que en la actualidad no vivan la experiencia del papel tradicional de la mujer, no por elección propia, sino por motivos que se encuentren más allá de su control, pueden, no obstante, hacer mucho para ayudar a los demás. Vuestros talentos y vuestro tiempo, no deben ser desperdiciados, simplemente porque las formas predilectas de compartir y de dar, no se encuentren disponibles en este momento para vosotras.

El Señor es también consciente de que, debido a circunstancias que se encuentran más allá del control o poder humanos, algunas madres se ven forzadas a tener una responsabilidad más: la de ganar el sustento de la casa. Estas mujeres tienen las bendiciones de Dios, ya que El conoce su angustia y la lucha a la que se ven sometidas.

La Iglesia siempre mantendrá en alto el estandarte de la vida familiar feliz, ya que no podemos reconocer ningún otro camino. La vida familiar es la mejor forma de lograr la felicidad en este mundo, y mediante la misma, el Señor nos permite visualizar lo que nos espera en la vida venidera.

Queridas hermanas, no nos queda otro camino que el de continuar consagrándonos a la idea de la familia Santo de los Últimos Días. El hecho de que haya en este momento quienes no tengan el privilegio de vivir dentro de dicho tipo de familia, no constituye razón suficiente para que detengamos su promulgación. Discutimos con criterio la vida familiar; sin embargo, comprendemos que hay muchas hermanas que en la actualidad no cuentan con el privilegio de pertenecer o de contribuir activamente a tal tipo de familia. Pero, no podemos apartarnos de esa norma, porque muchas son las cosas que de ella dependen.

Las jovencitas deben hacer planes y prepararse para el matrimonio, al igual que para traer hijos al mundo y criarlos; ese es vuestro derecho divino y el camino hacia la más grande y suprema felicidad. También debéis hacer selecciones con miras a una vida futura productiva y a la buena organización de vuestro tiempo, cuando los hijos hayan crecido y se hayan ido del hogar para enfrentar la vida por sí mismos. Debéis prepararos para un futuro en el cual podáis estar dispuestas a bendecir la vida de todas las personas con quienes os relacionéis. Debéis llegar a conocer la verdad de todas estas cosas; debéis prepararos para ayudar a edificar y a desarrollar el reino de Dios.

Podréis contestar que el encontrar un esposo no se encuentra al alcance ni está en el poder de una jovencita; el hombre es quien tiene esa responsabilidad. Aun cuando hasta cierto punto eso es verdad, recordad que lo que el Señor espera de cada una de sus hijas, es que busque las oportunidades de llevar a cabo las elecciones que le ayuden a ser digna de vivir nuevamente con El. Entonces, estará preparada para el casamiento.

Aquí se encuentra involucrado un gran principio. Al igual que sucede con aquellos que no tienen la oportunidad de oír el mensaje del evangelio en esta vida, pero que lo habrían aceptado si lo hubieran recibido, y que recibirán la plenitud de las bendiciones del evangelio en la próxima vida, también las mujeres de la Iglesia que en esta vida no disfruten de los privilegios y las bendiciones del matrimonio en el templo, siempre que no sea por su propia culpa, y que hubieran respondido positivamente si hubieran tenido la oportunidad de casarse de esa forma, recibirán todas las bendiciones pertinentes en el mundo venidero. Deseamos que todas vosotras, hermanas, sepáis cuánto os amamos y apreciamos. Os respetamos por vuestro valiente y devoto servicio, y muchas son las oportunidades que tenemos de observar vuestra dedicación a la obra.

Cuando pienso en las mujeres de la Iglesia, también pienso en mi propia y amada Camila, y en cuan grandemente bendecida ha sido nuestra familia como consecuencia de sus talentos y su habilidad directiva ¿Qué le hace a ella —al igual que a millones de vosotras similares a ella — una persona tan digna de confianza? Pienso que aquí existen algunas realidades que debemos observar.

Es indudable que las mujeres mormonas son sicamente fuertes, independientes y fieles. Ellas han decidido vivir de acuerdo con un credo y una forma de vida que pueden ser extremadamente exigentes. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, la actividad en la misma ha significado fe, firmeza, negación de mismo, generosidad y buen servicio,

Todos los programas de la Iglesia están diseñados para ayudarnos, tanto al hombre como a la mujer, a que lleguemos a ser mejores Santos de los Últimos Días. Todos estos programas están diseñados para acercarnos más a nuestro Padre Celestial y para que podamos vivir de una forma que se acerque más al ejemplo de Su perfecto Hijo, Jesucristo.

Las maravillosas mujeres del reino, a menudo han sido desarraigadas junto con sus esposos y familias y llevadas de un lado a otro y aún así, jamás temieron que Dios las olvidara; porque ellas siempre han adorado a ese Dios que gobierna tas galaxias, pero que, en medio de tal vastedad continúa amando a cada uno de Sus hijos en forma perfecta, individual y constante.

Cada una de vosotras debería estar agradecida de ser mujer. La autocompasión es siempre un espectáculo triste, y especialmente cuando no existe para ella ninguna justificación. El ser una mujer justa es algo glorioso a cualquier edad; el ser una mujer justa durante estas cruciales y finales etapas de la historia de la tierra, antes de la segunda venida del Salvador, es en verdad un llamamiento noble y especial. La fortaleza e influencia actual de una mujer justa, puede tener un valor muy superior al que tendría en tiempos más pacíficos. Ella fue puesta aquí, para ayudar a enriquecer, proteger y salvaguardar el hogar, que es sin lugar a dudas, la institución básica y más noble de la sociedad. Otras instituciones sociales pueden flaquear y hasta fracasar; pero la mujer justa puede ayudar a salvar el hogar, que puede llegar a ser el último y único refugio que algunos mortales conozcan en medio de la tempestad y la contienda.

Uno de los mensajes más importantes que emerge de la historia de las grandes mujeres de todos los tiempos, es el que ellas se preocuparon más por el futuro de su familia que por su propia comodidad. Esas excelentes mujeres han tenido una clara perspectiva de lo que es realmente importante en la vida. Al requerírseles sus servicios, ellas pusieron el hombro en el gigantesco esfuerzo de levantar una ciudad en medio de los pantanos, o hacer florecer el desierto como una rosa.

La generosidad es la clave de la felicidad y la eficacia; es un don precioso y debe preservarse como una virtud que hace posible la presencia de muchas otras. Diversas son las cosas que existen en el mundo y que estimulan nuestro egoísmo natural, y tanto los hombres como las mujeres de nuestra Iglesia deben permanecer totalmente alejados de las mismas. Nosotros nos hemos desarrollado y así llegado a ser un pueblo fuerte, porque nuestras madres y esposas han sabido ser totalmente generosas. Las cualidades ennoblecedoras deben ser preservadas, aun cuando mucha gente del mundo trate de persuadimos de que las mismas no tienen importancia o que están pasadas de moda.

Aun cuando las mujeres de la Iglesia se encuentran en una gran variedad de circunstancias, continúan teniendo mucho más en común las unas con las otras que con otros grupos femeninos. Seamos siempre conscientes de aquellas doctrinas que predican la unidad, pero que en realidad terminan dividiéndonos. Tenemos esperanzas de que tanto las mujeres como los hombres de la Iglesia sean conscientes de las filosofías del mundo que tratan de tergiversar la sabiduría del Señor, cuando nos dijo que sólo podremos encontrarnos a nosotros mismos negándonos a nosotros mismos.

Existe la necesidad constante de desarrollar y mantener la ternura en la vida. La vida mundana nos endurece. La ternura de nuestras mujeres se encuentra directamente relacionada con la personalidad y sensibilidad de nuestros hijos, y mucho es lo que hacen las mujeres de la Iglesia para enseñar a nuestros hijos y preparar las futuras generaciones del mundo. No nos llamemos a engaño: el hogar es la sementera de los santos. Tanto el pecado como el egoísmo destruyen la sensibilidad espiritual.

Me emociona ver la forma en que nuestras hermanas llevan a cabo hechos de servicio cristiano, como resultado de su afiliación con la Sociedad de Socorro y las organizaciones auxiliares de la Iglesia, Espero que nuestras mujeres venes establezcan en forma temprana en su vida, el bito del servicio cristiano. Cuando ayudamos a otras personas a resolver sus problemas, ese esfuerzo que llevamos a cabo redunda en nuestro propio beneficio para resolver los nuestros. Alentamos a las hermanas de la Iglesia, tanto a las venes como a las mayores, a que realicen actos de servicio por sus amigos y vecinos. Cada principio del evangelio lleva en mismo su propia evidencia de que es verdadero, por lo cual los actos de servicio no solamente ayudan a los beneficiarios de los mismos, sino que también magnifican y amplían el espíritu del dador.

Al leer el Sermón del Monte, comprobamos que el Salvador ensalzó, entre otras cosas, la mansedumbre, la misericordia, la pacificación, al igual que la capacidad para soportar las persecuciones y los malos entendimientos.

La mujer demuestra una notable habilidad para amar, para soportar, junto con una extraordinaria comprensión hacia las dificultades ajenas, lo que la lleva a brindar un servicio que es representativo de su desinteresada bondad. A menudo, también la caridad se personifica en la mujer.

A medida que progresamos espiritualmente, aumenta nuestro sentido de la pertenencia, de la identidad y del valor propio. Debemos crear un clima en el cual podamos alentar a las hermanas de la Iglesia a disponer de un programa de participación personal. Debe ser un programa práctico y realista, que sea determinado personalmente, y no que les sea impuesto. Aún así, debería ser el medio por el cual pueda obtener nuevos logros. Por supuesto, no pedimos nada espectacular, sino que ¡as mujeres de la Iglesia puedan encontrar una verdadera realización personal mediante un sabio desarrollo personal, en los esfuerzos por llevar a cabo empresas dignas y justas.

La habilidad o capacidad femenina de comunicarse debe preocuparnos tanto como su habilidad para coser y cocinar. Ninguna habilidad o atributo debe desarrollarse a expensas de otro; la simetría de nuestro desarrollo personal es extremadamente importante. Nos interestanto que la mujer desarrolle la sabiduría en la dirección y administración de su tiempo, como que practique una sabia mayordomía para administrar el almacenamiento familiar.

Nos consta que las mujeres que sienten un profundo aprecio por el pasado, sentirán también una sincera preocupación acerca de la realización de un futuro justo. Deseamos que las mujeres desarrollen los refinamientos sociales, porque en éstos existen dimensiones muy reales de la obediencia del segundo grande mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo. Sabemos que la mujer que mejore sus relaciones para con el Padre Celestial, también las mejorará para con su prójimo.

Las mujeres que a través de las épocas han sido inspiradas por Dios, han tenido la habilidad de observar con reverente temor las obras de Dios en los cielos, sin menospreciar ni descuidar las habilidades prácticas necesarias, no sólo para sobrevivir sobre este planeta, sino también para vivir una vida plena. Existe una relación más profunda de lo que muchos puedan comprender, entre el orden y el propósito del universo y el orden y la armonía que existen en una familia buena y feliz.

Me siento profundamente agradecido por el refinamiento cultural que tiene lugar en los hogares de los miembros de la Iglesia, cuando las madres se valen de sus experiencias en la Iglesia como recurso pacificador para el hogar. Esto es especialmente verdadero si lo enfocamos desde el concepto del cimotercer Artículo de Fe, que dice: "Si hay algo virtuoso, bello, o de buena reputación o digno de alabanza, a esto aspiramos".

El desarrollo de cualidades cristianas constituye una exhaustiva demanda; no es ni responsabilidad temporaria, ni de los fines de semana, ni es para aquellos que no estén dispuestos a sacrificarse una y otra vez.

Cada una de vuestras hermanas tiene el derecho y la responsabilidad de dirigir su propia vida. Pero no os llaméis a engaño: también sois totalmente responsables por las decisiones que tomáis.

Este es un principio eterno, y la ley de la cosecha siempre se pone en evidencia.

A menudo hablamos del libre albedrío, y es indudable que ese libre albedrío es lo que os trajo aquí esta noche.

El libre albedrío implica algo muy importante, que es la confianza. Confianza, desde todos los puntos de vista; puesto que del mismo modo que Dios nos ha confiado todo lo que El creó aquí sobre la tierra, también nosotros debemos creer y confiar en Su conocimiento y amarnos y confiarnos mutuamente.

Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre, y también lo son Sus propósitos. Está escrito:

"Yo, Dios, hice al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo crié; varón y hembra los crié.'' (Moisés 2:27.)

En Génesis encontramos algo muy hermoso acerca de la Creación:

"Y los bendijo Dios...

Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.

Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así.

Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.'' (Génesis 1:28-31.)

Esto puede interpretarse como una sociedad: Dios y su Creación. El himno de la Primaria dice: ' 'Soy un hijo de Dios''. Vosotras sois de noble origen, puesto que Dios es vuestro Padre y os ama. Tanto Él como vuestra Madre Celestial os valoran más allá de toda medida; ellos os han dado un cuerpo espiritual de inteligencia eterna, del mismo modo que vuestros padres terrenales os dieron el cuerpo mortal. Vosotras sois muy especiales; sois únicas en vuestro tipo, hechas de una inteligencia eterna que os da la total posibilidad de alcanzar la vida eterna.


No debéis tener ninguna duda acerca de vuestro valor individual. La intención primordial del plan del evangelio es la de proveer a cada una de vosotras la oportunidad de alcanzar vuestros más altos potenciales, los cuales significan el progreso eterno y la posibilidad de alcanzar la divinidad.

Debéis comprender que en vosotras se encuentra el control intrínseco de vuestra vida, de lo que habréis de ser, y de lo que habréis de hacer. Recordad siempre que vuestras elecciones pueden controlar, hasta cierto punto, a otras vidas que habrán de ser parte integral de la vuestra. También debéis recordar que si alcanzáis el éxito, ciertamente el mismo no será por mera suerte. El éxito se logra mediante la fe, la oración, el trabajo y un constante y justo esfuerzo. Todo lo que se encuentra en la tierra y tiene vida depende de nuestro libre albedrío, o sea de lo que decidamos hacer con los dones que Dios nos ha dado. Esta reverencia que sentimos por el libre albedrío y por la vida, hace que nos preocupemos sumamente por las condiciones que existen en el mundo de hoy; un mundo lleno de maldad, de frustración y de inmundicia; también nos hace comprender que debemos resolvernos a permanecer firmes del lado de la justicia, o correremos el riesgo de no poder permanecer en absoluto.

El Señor nunca nos prometió que habríamos de vernos libres de los problemas y los grandes desafíos de la vida. No obstante, lo que nos prometió fue que, mediante la fe, habríamos de tener la fortaleza necesaria para enfrentar cualquier situación que se nos presentara en la vida, por más desagradable y problemática que fuera. El trabajo arduo en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días puede proveeros, bajo cualquier circunstancia en que os encontréis, algún motivo de esperanzas, motivos para ser felices y, por cierto, para ser amadas.

El hogar es el lugar donde debe encontrarse todo lo bueno, todo lo virtuoso y verdadero. Debe proveer el ambiente adecuado y constante para el desarrollo y el aprendizaje de todos los que allí viven. El hecho de que prevalezca o no tal ambiente depende exclusivamente de cada persona, ya que cada cual tiene sobre sus hombros la responsabilidad y el derecho de tomar las decisiones que considere justas en su vida.

Satanás dirige sus mayores esfuerzos destructivos contra el hogar y la familia. El hiere la santidad moral del hogar. La "nueva moral", con que se ha dado en llamar a las nuevas libertades en las relaciones sexuales, constituye su arma principal, y procura la destrucción de la fidelidad de los cónyuges, en contraste con el gran mandamiento de Dios que dice: "No cometerás adulterio" xodo 20:14).

Es necesario que vosotras, amadas hermanas, comprendáis que no existe tal cosa como una' 'nueva moral''. Que la posición de la Iglesia con respecto a la moral no constituye una prenda de ropa usada, desteñida, ni pasada de moda que se desecha fácilmente.

Cuando os enfrentéis a las decisiones de vuestra vida, comprended bien, mis queridas hermanas, que Dios es invariable e inmutable, y que sus convenios y doctrinas jamás serán suceptibles a ningún tipo de cambio. Aun cuando el sol pierda su potencia y se enfríe y las estrellas dejen de brillar, todavía la ley de castidad continuará siendo un principio fundamental de Dios en el mundo, al igual que en su Iglesia. La Iglesia no mantiene ni apoya los valores anticuados porque sean anticuados, sino porque a través de los siglos, esos valores probaron ser correctos, y porque Dios nos los ha manifestado.


La ley de castidad requiere una total abstinencia sexual antes del matrimonio, y una total fidelidad después del mismo. Esta ley es aplicable tanto al hombre como a la mujer, y constituye sin duda alguna la piedra fundamental de la confianza tan necesaria, en la que se basa la preciosa felicidad de la relación matrimonial y de solidaridad familiar.


Satanás está llevando a cabo también otro poderoso esfuerzo en su intento por destruir la felicidad y la santidad de la vida familiar ordenada por Dios: se trata del divorcio, con todas sus fuerzas destructoras en las que resaltan los dolores, sufrimientos y angustias, al igual que muchos otros desastrosos resultados; a menudo hemos discutido la tristeza, las decepciones y el dolor que provoca el divorcio. No hay palabras que sean suficientes para destacar estos hechos.

No importa lo que leáis u oigáis, no importa cuáles sean las diferencias en las circunstancias que observéis en la vida de las mujeres que os rodean, es totalmente indispensable que vosotras, las mujeres miembros de la Iglesia, comprendáis que el Señor considera a la mujer y la maternidad como algo realmente sagrado y de grandioso valor; El les ha confiado a sus hijas la gran responsabilidad de traer hijos al mundo y de nutrirlos a lo largo de la vida.

Esta es la obra grande e irreemplazable de la mujer. La vida no tendría continuidad si la mujer cesara de traer hijos al mundo. La vida mortal es un privilegio y un paso necesario en el progreso eterno. Nuestra primera madre, Eva, lo comprendió de esa forma y vosotras también debéis comprenderlo.

Nunca fue fácil dar a luz y criar hijos, pero no son precisamente las cosas fáciles las que estimulan el crecimiento y el desarrollo. En la actualidad, estridentes y molestas voces gritan: "¡Menos hijos!", y ofrecen la píldora anticonceptiva, la operación esterilizante y aun el espantoso aborto, que han alcanzado cifras monstruosamente monumentales. Es terrible que haya madres que, sin causa alguna, le quitan la vida o son cómplices en quitarle la vida a su hijo por nacer. 

Mucho se ha dicho ya acerca de lo pesado y confinado del trabajo de la mujer en el hogar; pero mirado desde el punto de vista del evangelio, no es así. En cada nueva vida se manifiesta un aspecto divino. La creación del medio ambiente adecuado en el que pueda crecer y desarrollarse cada niño, es un desafío y una labor de proporciones magistrales. La sociedad que se establece entre el hombre y la mujer mediante el esfuerzo por edificar una familia, puede dar como resultado una relación que permanezca por la eternidad. El matrimonio es una sociedad; cada miembro de esa sociedad recibe una función o trabajo específico para hacer en la vida. El hecho de que haya mujeres y hombres que no le brinden atención o no respeten su trabajo y sus oportunidades, de ninguna forma cambia el programa establecido.

Cuando decimos que el matrimonio es una sociedad, debemos volver a recalcar el concepto de que el matrimonio es una sociedad total. No queremos que las mujeres de la Iglesia sean socias silenciosas o limitadas en su función eterna.

Os rogamos, hermanas, que os deis el lugar que os corresponde contribuyendo en la sociedad del matrimonio en una forma total.

Las madres desempeñan un papel sagrado; ellas son socias de Dios en su responsabilidad, del mismo modo que lo son con sus maridos. La primera obligación de la mujer se pone de manifiesto mediante la tarea de traer a esta vida los hijos espirituales del Señor; el segundo aspecto se manifiesta en criar a esos hijos de tal manera que sirvan al Señor y obedezcan Sus sabios mandamientos. ¿Podría acaso existir una misión más sagrada que la de velar por el bienestar y el futuro de hijos honorables, bien nacidos y bien desarrollados? Reafirmamos la fuerte e inalterable posición de la iglesia en contra de innovaciones, prácticas inicuas o violaciones de leyes, que tengan como resultado una manifestación en la vida de los hijos.


Os he hablado claramente esta noche acerca de estos asuntos, porque nos preocupan profundamente las tendencias actuales que producen serias consecuencias y os requieren la responsabilidad de tomar decisiones importantes como verdaderas hijas de Dios.


Que jamás se diga que no habéis comprendido claramente. Os ruego que penséis sobre estas cosas, que oréis acerca de las mismas, del mismo modo que yo lo he hecho. Preparaos para vivir una vida tan plena como tengáis el privilegio de hacerlo.


Agradecemos a las hermanas de la Iglesia, tanto a las venes como a las mayores, por constituir tan grande baluarte de la Iglesia, tanto de palabra como de hecho. Os amamos y respetamos.

Del mismo modo que Moroni le mencio a José Smith la escritura del profeta Joel, también quisiera hacerlo yo esta noche:

"Y después de esto derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros venes verán visiones.

Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi espíritu en aquellos días."(Joel 2:28-29.)

Que el Señor os bendiga, tanto a vosotras como a vuestros seres amados, hoy y para siempre, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

(Discurso dado en la reunión especial para todas las mujeres de la Iglesia, que se llevó a cabo el 16 de septiembre de 1978 en el Tabernáculo, en Salt Lake City.)

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