¿POR QUÉ SERVIMOS? - por el élder Dallin H. Oaks

Mis queridos hermanos, dado que no era apropiado que comenzara mi servicio en la Iglesia hasta que hubiera concluido mis obligaciones judiciales con el gobierno estatal, no dirigí la palabra en la conferencia de abril en la cual fui sostenido. Por lo tanto, esta conferencia semestral es la primera oportunidad que tengo de hablar a los miembros de la Iglesia y de expresar mi aceptación de mi llamamiento al Consejo de los Doce.

Me siento muy emocionado con este llamamiento. Habiendo sido "llamado de Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad" (quinto Articulo de Fe), he dejado gustoso mis ocupaciones profesionales para pasar el resto de mi vida en el servicio del Señor. Me dedicaré con todo mi corazón, alma, mente y fuerza a los importantes deberes que se me encomienden, especialmente a las responsabilidades del ser testigo especial del nombre de Jesucristo en todo el mundo.

Muchos hombres y mujeres fueron llamados a servir en la Iglesia en el pasado abril. Ocho varones fueron llamados como Autoridades Generales; seis hermanas fueron llamadas a las presidencias de la Sociedad de Socorro, la Primaria y las Mujeres venes, más de 200 varones fueron llamados a servir de obispos y más de I . 700 hombres y mujeres fueron llamados como misioneros regulares. En ese mismo mes, decenas de millares de otras personas fueron llamadas como oficiales y maestros, y a otros cargos en las diversas organizaciones de la Iglesia en todo el mundo. Los llamados en abril se unieron a millones de otros que ya servían en cargos semejantes en la Iglesia restaurada.

Al meditar en mi propio llamamiento y en los de millones de otros, llegué a preguntarme: "¿Por qué servimos'?"

Servir es una obligación para los que veneramos a Jesucristo. A los discípulos que rivalizaban por cargos prominentes en su reino, el Salvador enseñó que "el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo" (Mat 20:27). Posteriormente, habló de atender a las necesidades del hambriento, del desnudo, del enfermo y del encarcelado. Concluyó esa enseñanza diciendo: "De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis" (Mat. 25:40).

En una revelación de los últimos días, el Señor nos ha mandado que socorramos a los débiles, levantemos las manos caídas y fortalezcamos las rodillas desfallecidas (véase D. y C. 81). En otra sección de Doctrina y Convenios, nos manda a estar "anhelosamente empeñados en una causa buena, y hacer muchas cosas de [nuestra] propia voluntad y efectuar mucha justicia" (D. y C. 58:27). Quienes poseen el Sacerdocio de Melquisedec lo han recibido con un convenio para emplear los poderes de éste en el servicio a los semejantes. En verdad, servir es, por los convenios que hemos hecho, una obligación de todos los miembros de la Iglesia de Jesucristo.

Sea nuestro servicio a nuestro prójimo o a Dios, es lo mismo. (Mosíah 2:17.) Si le amamos, debemos guardar sus mandamientos y apacentar sus ovejas . (Juan 21: 16- 17.)

Cuando pensamos en servir, nos inclinamos a pensar en lo que podemos hacer con las manos; pero las Escrituras enseñan que el Señor mira tanto nuestros pensamientos como nuestros actos. Uno de los primeros mandamientos que Dios dio a Israel fue que debían amarlo "sirviéndole con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma" (Deut. 11: 13). Cuando el profeta Samuel fue enviado a escoger y ungir a uno de los hijos de Iscomo el nuevo rey de Israel, el Señor le dijo que desechara al primer hijo, aunque este era un hombre de bello parecer. El Señor le dijo:

"No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que esta delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón." ( I Sam. 16:7.)

Estamos familiarizados con el proverbio que dice que cual es el pensamiento del hombre en su corazón, tal es él. (Prov. 23:7.) También en Proverbios leemos: "Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión, pero Jehová pesa los espíritus"(Prov. 16:2).

La revelación de los últimos días nos hace saber que el Señor no requiere sólo los actos de los hijos de los hombres, sino que también "requiere el corazón y una mente bien dispuesta" (D. Y C. 64:34).

Numerosos pasajes de las Escrituras enseñan que nuestro Padre Celestial conoce nuestros pensamientos y las intenciones de nuestro corazón (D. y C. 6: 16; Mosíah 24: 12; Alma 18:32). El profeta Moroni enseñó que para que nuestras obras sean consideradas buenas, debemos hacerlas por las razones correctas. Si un hombre "presenta una ofrenda, o si ora a Dios, a menos que lo haga con verdadera intención, de nada le aprovecha. Porque he aquí, no le es contado por justicia" (Moro. 7:6-7).

Del mismo modo, el profeta Alma enseñó que si endurecemos nuestros corazones contra la palabra de Dios, en el juicio final "no nos atreveremos a mirar a nuestro Dios" porque "todas nuestras obras nos condenarán; y nuestros pensamientos también nos condenarán" (Alma 12:14).

Esos pasajes nos dejan en claro que para purificar el servicio que prestamos en la Iglesia y a nuestros semejantes, es preciso tener en cuenta no sólo cómo servimos, sino también por qué servimos.

Las personas se prestan mutuo servicio por diferentes razones, algunas de las cuales son mejores que otras. Quizá ninguno de nosotros sirva en cada cargo todo el tiempo por un solo motivo. Dado que somos seres imperfectos, la mayoría de nosotros probablemente servimos por una combinación de razones, las que pueden ser diferentes en diversas ocasiones al ir progresando espiritualmente. Pero todos debemos esforzarnos por servir por las más elevadas y mejores razones.

¿Por qué prestamos servicio? A modo de ilustración, y sin pretender explayarme, indicaré seis razones, las cuales trataré en orden ascendente de menor a mayor.

Algunos quizá sirvan porque esperan ganar algo material; estos podrían servir en un cargo de la Iglesia o directamente al prójimo por el afán de destacarse o cultivar amistad con personas por medio de las cuales podrían aumentar sus ganancias o enriquecerse. Otros tal vez lo hagan para conseguir los honores del mundo, distinción o poder.

En las Escrituras, el servicio del evangelio efectuado "por causa de las riquezas y los honores" se denomina "supercherías sacerdotales" (Alma 1: 16). Nefi dijo: "Son supercherías sacerdotales el que los hombres prediquen y se constituyan a sí mismos como una luz al mundo, con el fin de poder obtener lucro y alabanza del mundo; pero no buscan el bien de Sión" (2 Nefi 26:29). En estos últimos días se nos ha mandado "sacar a luz y establecer la causa de Sión" (D. y C. 6:6). Desgraciadamente, no todos los que laboran por dicha causa tienen verdadera intención de edificar Sión ni de fortalecer la fe del pueblo de Dios; puede que haya en juego otros motivos.

El servicio que a los ojos del mundo se ve abnegado pero que en realidad se efectúa para obtener riquezas u honores ciertamente merece la condenación que el Salvador dirigió a aquellos que "se muestran justos a los hombres, pero por dentro . . . están llenos de hipocresía e iniquidad" (Mat. 23:28). Un servicio así no merece galardón en el evangelio.

"Quisiera que dieseis limosnas a los pobres", dijo el Salvador, "mas guardaos de dar vuestras limosnas delante de los hombres para ser vistos de ellos; de otra manera, ningún galardón tenéis de vuestro Padre que está en los cielos" (3 Ne. 13: 1; véase también Mat. 6:1). El Salvador adió:

“Por tanto, cuando hagáis vuestra limosna, no toquéis trompeta delante de vosotros, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para tener gloria de los hombres. En verdad os digo que ya tienen su recompensa." (3 Ne. 13:2; Mat. 6:2.)

En contraste, aquellos que sirven calladamente, "en secreto", se hacen merecedores de la promesa del Salvador, que dijo: "Tu Padre, que ve en secreto, te recompensará en público'' (3 Ne. 13:18; Mat. 6:4).

Otra razón del prestar servicio- tal vez más digna que la primera, pero aun en la categoría del que se realiza por ganancia material-es la motivada por un deseo personal de contar con buenas compañías. Indudablemente tenemos buena camaradería en nuestra Iglesia, pero ¿es por eso que servimos'?

Una vez conocí a una persona que prestó servicio activo en la Iglesia hasta que se mudó del barrio un amigo que en los círculos sociales era muy reconocido y con quien habla trabajado estrechamente en el barrio. En cuanto el amigo se fue del barrio, esa persona dejó de servir. He allí el caso de quien estaba dispuesto a servir mientras los compañeros de trabajo en la Iglesia le resultaran aceptables.

Las personas que sirven solo por conseguir buenas compañías son más escrupulosas para escoger a sus amigos que lo que fue el Maestro al escoger a sus discípulos y amistades. Jesús escogió a la mayor parte de sus siervo.

de entre los de humilde condición y se asoció con pecadores. A quienes le condenaban por la gente con que se juntaba, respondió: "Los que están sanos no tienen necesidad de medico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento" (Lu. 5:31-32).

En la primera sección de Doctrina y Convenios, que habla de la gente en los últimos días, se da una descripción que parece incluir a aquellos que sirven por la esperanza de recibir recompensas del mundo de una clase u otra: "No buscan al Señor para establecer su justicia, antes todo hombre anda por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo y cuya substancia es la de un ídolo" (D. y C. 1:16).

Esos primeros dos motivos del servir son egoístas y egocéntricos y no son dignos de los santos. Como lo dijo el apóstol Pablo, los que somos lo bastante fuertes para soportar las flaquezas de los débiles no debemos hacerlo para "agradarnos a nosotros mismos" (Rom. 15:1).Los motivos que se basan en las ganancias terrenales son bastante menores en índole y recompensa a diferencia de los que trataré más adelante.

Otros quizá sirven por temor a ser castigados. Las Escrituras abundan en descripciones del estado lamentable de aquellos que no observen los mandamientos de Dios. Así, el rey Benjamín enseñó a los de su pueblo que el alma del transgresor que no se arrepiente se había de llenar de "un vivo sentimiento de su propia culpa que lo [haría] retroceder de la presencia del Señor, y le [llenaría] el pecho de culpa, dolor y angustia, que es como un fuego inextinguible, cuya llama asciende para siempre jamás" (Mos. 2:38). Esas descripciones de cierto presentan un incentivo de peso suficiente para guardar el mandamiento de servir. Pero el servicio que se presta por temor a ser castigado es un motivo ínfimo.

Otras personas quizá sirvan por un sentido del deber o por lealtad a amigos o familia o tradiciones. Estas son las que yo calificaría de buenos soldados que instintivamente hacen lo que se les pide sin vacilar y a veces sin pensar mucho en las razones por las que lo hacen. Tales personas sirven de voluntarias en diversas organizaciones y efectúan mucho bien. Todos nos hemos beneficiado con las buenas obras de esas personas. Quienes sirven por el sentido del deber o por lealtad en diversas causas dignas son los hombres y mujeres honorables de la tierra.

El servicio de este tipo es digno de alabanza y sin duda merecerá bendiciones, especialmente si se realiza con alegría y de buena gana. Como el apóstol Pablo lo escribió en su segunda epístola a los corintios:

"Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.

"Cada uno de como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre." (2 Cor. 9:6. )

"El obedecer a Dios gustosamente es lo que se acepta", escribió un autor anónimo. "El Señor aborrece lo que se fuerza, que es más bien un impuesto que una ofrenda."

Si bien los que sirven por temor al castigo o por un sentido del deber indudablemente merecerán las bendiciones del cielo, aun hay razones más elevadas del servir.

Una de ellas es la esperanza de un galardón eterno. Esa esperanza- la de recoger los frutos de nuestras labores-constituye una de las fuentes más poderosas de motivación. Como razón por la cual servir, supone indiscutiblemente la fe en Dios y en el cumplimiento de sus profecías. Las Escrituras están llenas de promesas de galardones eternos. Por ejemplo, en una revelación manifestada por medio del profeta José Smith en junio de 1829, el Señor dijo: "Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el máximo de todos los dones de Dios" (D. y C. 14:7).

La última razón que mencionare es, en mi opinión, la mayor de todas. En su relación con el servicio, es lo que las Escrituras llaman "un camino aun más excelente" (I Cor. 12:31).

La caridad es "el amor puro de Cristo" (Moro. 7:47). El Libro de Mormón nos enseña que esta virtud es "mayor que todo" (Moro. 7:46). El apóstol Pablo afirmó e ilustró esa verdad en su excelsa enseñanza sobre las razones por las cuales servir:

"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.

"Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, . . . y no tengo amor, de nada me sirve." (I Cor. 13:1, 3.)

Por esas inspiradas palabras sabemos que aun los más extremados actos de servicio, como el de repartir todos nuestros bienes para dar de comer a los pobres, no nos vale de nada si nuestro servicio no es motivado por el amor puro de Cristo.

Para que nuestro servicio sea el más eficaz, debemos llevarlo a cabo por el amor a Dios y el amor a sus hijos. El Salvador aplicó ese principio en el Sermón del Monte cuando nos mandó a amar a nuestros enemigos, a bendecir a los que nos maldicen, hacer bien a los que nos aborrecen y orar por los que nos ultrajan y nos persiguen (Mat. 5:44). Él explicó el propósito de ese mandamiento, como sigue:

"Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos'?

"Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis demás? ¿No hacen también así los gentiles'?" (Mat. 5:46-47.)

El principio de que nuestro servicio debe ser por el amor a Dios y a nuestros semejantes más bien que por lograr ventajas personales o por cualquier otra razón menor se reconoce como norma elevada. El Salvador debe de haberlo considerado así, dado que ligó su mandamiento de amor abnegado y completo directamente con el ideal de la perfección. El siguiente versículo del Sermón del Monte contiene este gran mandamiento:

"Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mat. 5:48).

Este principio del servicio se corrobora en la cuarta sección de Doctrina y Convenios:

"Por tanto, oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza, para que aparezcáis sin culpa ante Dios en el último día." (D. y C. 4:2.)

En ese mandamiento aprendemos que no basta servir a Dios con toda nuestra alma y fuerza. El que escudriña nuestros corazones y conoce nuestros pensamientos exige más que eso. A fin de aparecer sin culpa ante Dios en el último día, también debemos servirle con todo nuestro corazón y mente.

El servir con todo nuestro corazón y mente supone un gran cometido para todos nosotros. Ese servicio debe estar desprovisto de ambición egoísta; debe ser motivado únicamente por el amor puro de Cristo.

Si nos resulta difícil observar el mandamiento de servir por amor, una enseñanza del Libro de Mormón puede ayudarnos. Tras describir la importancia del amor, el profeta Moroni exhorta:

"Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la enera de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo, Jesucristo." (Moro. 7:48.)

El servicio al prójimo impregnado de ese amor llenará los requisitos ximos expresados en el Salmo Veinticuatro:

"¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?

"El limpio de manos y puro de corazón." (Sal. 24:3-4.)

que Dios espera que nos esforcemos por purificar nuestros corazones y nuestros pensamientos para que podamos servirnos unos a otros por la mejor y más elevada razón: el amor puro de Cristo.

Sobre todo, sé que Dios vive y sé que su Hijo Unigénito, Jesucristo, murió por nuestros pecados y es nuestro Salvador. También sé que Dios ha restaurado la plenitud del evangelio por medio del profeta José Smith en estos últimos días. En el nombre de Jesucristo. Amén.

(Conferencia General de octubre de 1984)

 

Comentarios